Viajo en el tiempo a través de imágenes estáticas. Las fotografías inmortalizan vivencias del pasado. Me gusta recorrer con la mirada historias que una vez fueron y nunca más serán. Muchas tardes, exploro las cajas donde las tengo guardadas. Cojo una al azar y comienzo a rememorar.
En esta ocasión, mi abuela renace al encontrarse con mis manos. Lleva una bata azul y un mandil verde. Está sentada en el sofá de mi casa viendo la televisión con la que mantiene un diálogo sin respuesta. Estoy retratándola a la vez que observo sus gestos. De repente, me mira y me pregunta: hija, ¿te vas a acordar de mí cuando me muera?. Me río. Todos los días me hace la misma pregunta. Yo contesto que sí y ella queda satisfecha. Total, es algo tan lejano...
Observo como mueves el rostro y me miras...El milagro se ha producido y los recuerdos te han resucitado. Me preguntas: ¿te acuerdas de mí ahora que estoy muerta?
Yo, que te escucho desde la lejanía, te cuento cómo tú, solícita, me preguntabas la lección. Cogías los folios entre tus manos y los mirabas interesada. Cuando yo llegaba al final siempre me respondías: "te lo sabes muy requetebien". Me quedaba satisfecha y me iba a mi habitación a continuar estudiando. Tú no sabías leer ni escribir pero confirmabas mi lección. ¿Te acuerdas tú?.
En otras ocasiones, me escucho exclamar frases inconexas y sin sentido. Me las invento. Sin proponérmelo me he parecido a ti. Tú soltabas una retahíla de palabras que, con el tiempo, se convirtieron en frases hechas y que forman parte del legado de nuestra familia. Igual que aquellos piropos que lanzabas a gritos cuando pasábamos mi hermana y yo cerca de tu ventana. ¡Qué vergüenza!...Ahora que no te los escucho, los echo de menos y me pregunto cuántos de ellos hubieras dicho a mi hijo al que nunca llegaste a conocer.
El marco de la fotografía te mantiene sentada y no puedes ponerte en pie. De todos modos, no podrías. No tienes muleta que te sustente. Esa que, con sonidos intermitentes, avisaba que subías las escaleras pausadamente para pasar las tardes de invierno en ese sillón donde te encuentras.
Abuela, hace mucho desde que no escucho tu voz, desde que no recibo un beso tuyo, desde que tus ojos azules no se reflejan en los míos pero te aseguro que todos los días tu presencia está conmigo. Todavía no has muerto.
Tu rostro vuelve a quedarse congelado en la posición del pasado. Retorna a la caja donde se encontraba. Se mezclará con mis otras vidas porque forma parte de ellas.