sábado, 27 de noviembre de 2010

IDA Y VUELTA

A MI PADRE

Nunca he sido una hija cariñosa. Jamás he dicho "te quiero" a mis padres. Mi cuerpo se engarrota cada vez que mis brazos intentan abrazarlos. He sido incapaz de expresarles mis emociones y sentimientos.
Este bloqueo impide que las palabras fluyan para hablar de mi padre. En honor a la verdad, me resultaría igual de complicado si lo tuviera que hacer sobre mi madre.
Angustia. Mi mente necesita respirar. Se asfixia.
Mi padre está vivo. Mi padre murió. Yo he tenido dos padres. Me parezco a los dos.
Recuerdo al que murió desde los ojos de la infancia. Era un hombre alto, serio, severo y al que tenía miedo. Jamás me pegó pero su mirada y su silencio, cuando se enfadaba conmigo, me rompía el corazón.
Era extremadamente exigente y nunca conseguí verle contento por mis múltiples sobresalientes.
Trabajaba todo el día y sólo le veía por la noche. Quizás es por eso por lo que apenas le recuerdo jugando conmigo o con mi hermana. Bueno, miento, a ratos, en los días de playa, el bádminton nos unía, fugazmente.
Cuando se es pequeño no se comprenden las obligaciones de los adultos. Sólo necesitamos que se comporten como niños. A veces, no es posible.
Todo el interés por aprender, conocer y estudiar lo he heredado de él. Siempre nos alentó a mi hermana y a mí para que estudiáramos. Jamás, en el ámbito cultural, nos vio como chicas, sino como personas.
Nunca le importó apretarse el cinturón para comprarnos todo aquello que nos fuera útil para ampliar nuestro conocimiento. Discutía mucho con mi madre por esta razón ya que ella era más proclive a tener unas hijas que se decantaran por actividades más domésticas.
Sin embargo, nunca llegué a sentirme libre. A medida que me iba haciendo mayor, el ambiente rígido y opresivo me mantuvo en silencio. Sólo tenía obligaciones, normas, miedos.
Me casé muy joven y a veces pienso que lo hice por respirar, por empezar a volar.
Hace diez años mi padre murió. Tuvo un aneurisma cerebral. Le operaron y cuando salió del quirófano nació mi padre. El que yo hubiera querido tener de niña.
La vida me ha dado esta segunda oportunidad.
Ya no le tengo miedo.
Me emociono cuando me llama por teléfono y me dice que me quiere. Se ha convertido en un hombre entrañable y juguetón.
Mi vida hace diez años también se transformó. Salí de la jaula de oro en la que había convertido mi vida. Desde entonces, me ha apoyado en los errores y aciertos. No importa que ya no sea una chica de sobresalientes porque su sonrisa siempre me felicita.
En una ocasión sentí que no era nada para él. Quería que eligiese. No lo hizo. No lo entendía. Ahora sí.
El camino se va andando y nosotros nos estamos encontrando.
Admiro a mi padre.
Es un hombre luchador. Su vida ha sido dura. Fue el segundo de tres hermanos y esto hizo que siempre estuviera en medio, hasta para su madre. A su padre le perdió cuando era muy niño y le hizo crecer de repente.
Sus días son un vida completa.
Después de haber forjado su historia un vendaval estuvo a punto de quebrar sus cimientos. Los apuntaló y siguió hacía delante.
No quiero que se sienta culpable porque él me educó lo mejor que pudo. Quería como le habían querido a él.
Aún mantiene ese tono dictatorial para decir las cosas pero sin la rigidez de antaño.
Mi padre lo es ahora más que nunca y ya es el momento para decir que le quiero.
Las palabras comienzan a fluir....

HOMENAJE A EDOUARD LEVE

AUTORRETRATO
Erase que se era un historia que es, ¿o fue? ¿o será?. Mi vida también es un es, un fue y un será. Siempre estoy dudando. Me busco entre líneas para conocerme. No lo consigo. No creo en mí. Confío, en exceso, en la gente que me rodea. Desconfío cuando la confianza es utilizada para destruirla. Me encuentro envuelta en pensamientos guardados en un laberinto. La salida de la espiral es complicada y me pierdo. No afronto la realidad. Me mueve la fantasía, la utopía y, sin embargo, soy pasiva. Activo el motor de mi cuerpo como si estuviera en una carrera contrarreloj. Controlo las curvas, controlo los baches, controlo la velocidad. Soy un descontrol. Mis días están regidos por horarios de obligaciones. No me permito descansar. La relajación es una palabra que yo no entiendo. Acuso el cansancio pero no lo reconozco. Hiperactiva es mi segundo nombre. Me rindo ante los que son pacientes y se toman las cosas con calma. Mi exceso de responsabilidad me lleva a acaparar más de lo que puedo. Exploto. Somatizo los nervios y me salud se resiente. No encuentro el momento para quererme. La solución sería encontrar una vía alternativa que me llevara por otro camino. Me gustaría ser capaz de decir no, no, no, muchas veces.Nunca lo consigo. La respuesta es sí, sí, sí. ¿Por qué ? Algunos lo llaman bondad, yo no tanto. Un calificativo que expresara esa disposición a mi recurrente afirmación sería el de "cobardía". Me da pavor sentirme rechazada.Miedo a los miedos que me invaden. Desearía enfrentarme a los que me apuñalan por la espalda pero no lo hago. Al contrario, les ofrezco el cuchillo más afilado para que su propósito llegue a buen fin. ¿Soy masoquista? Puede que sí. De hecho, mientras escribo no estoy haciendo otra cosa que auto flagelarme. Cambiaré de dirección. Debería presentarme como una persona amable, honesta, sencilla y...Pensándolo mejor, les diré que me gusta el mar. A veces, la atracción que siento por el agua marina me ha hecho pensar que en mi otra vida fui una sirena. Me imagino en las profundidades bailando entre las algas, jugando con delfines y entonando canciones para enamorar a los marineros. Cuando canto mi mal espanto. Y espanto, cuando canto, a todos los que me rodean. Pensándolo bien, puede que nunca haya sido una sirena. No me gusta el olor del pescado. No hay duda, en mi otra vida no fui nada más que vacío hasta que me encontré en medio de la luz después de diez meses de gestación. No quería nacer. Lo hice en primavera. Me gusta el calor. Odio el frío. Me gustan los helados. Odio los platos calientes. Me gustaría vivir en algún lugar cálido en donde los colores verde y azul abarcaran la naturaleza. Respirar verdad. Escribir mientras el sonido de la lluvia en los cristales arrulle mis palabras. Escuchar una música de piano y violín mientras veo bailar a los árboles al son del viento invernal. Sentir una canción de Serrat mientras pinto mándalas de colores. Respirar paz. Dormir sin pesadillas.Tumbarme en la hierba y reconocer el mismo cielo de otro tiempo. El tiempo, los años, ¡qué rápido pasan!. Matizo. Nosotros somos los que caminamos de puntillas por la vida y el tiempo es el resultado de nuestra vejez. Nos movemos tan deprisa como las nubes cuando son sacudidas por la tormenta. A nuestro paso vamos dejando la huella de nuestro rastro. Cuando era pequeña estaba obsesionada con aquellas personas que después de muertas seguían siendo recordadas, estudiadas, veneradas. Yo quería que mi nombre no fuera olvidado. Entendía que, de esta manera, mi vida tendría un sentido. Vanidad de vanidades. Ya no pienso igual. Si no estoy yo aquí para verlo ¡qué más me da que me recuerden, que me alaben, que me hagan monumentos! Mis renglones tienden a caer en picado...hacia abajo. Dicen los grafólogos que eso es propio de un pesimista. Yo quiero ser optimista. Subiré a una noria y comenzaré el relato de nuevo. Desde aquí arriba la ciudad se observa en todas sus dimensiones. Grandes rascacielos, chabolas, tráfico, gente corriendo de un lado para otro, niños jugando en el parque. A mí nunca me han gustado los toboganes. Cuando era pequeña me caí al deslizarme por uno de ellos. Toda mi posadera aterrizó en un charco. Los columpios sí me gustan. Moviendo las piernas hacía delante, hacía atrás, hacía delante, hacía atrás...llegas al cielo. Se puede alcanzar el infinito de un salto. Cómo caeremos es otra cuestión. Yo siempre he sido muy patosa. Mi equilibrio no es muy bueno y siempre terminó en el suelo. Por esa razón me he comprado unas rodilleras para aprender a montar en bicicleta. Cuando consiga pedalear a la perfección, iré a Amsterdam. Me gusta viajar. Descubrir nuevos paisajes, culturas, gastronomías. Cuando fui a Perú disfruté como una niña. Me asombraba de todo aquello que me rodeaba. Un mundo nuevo se presentaba ante mí. Me percaté de lo pequeños que somos. Cerca y lejos son dos adverbios que nos definen. Ahora veo el mar, ahora no. Ahora estoy en la montaña, más tarde en el desierto, después deslizándome por la nieve y , finalmente, durmiendo en la selva amazónica. El tren para en cada estación y cada uno de nosotros nos bajamos donde nos place. Mi parada es la siguiente. Me tengo que despedir. No, no lo haré. Al fin y al cabo, el mundo es un pañuelo y más tarde o temprano nos volveremos a ver. El punto y aparte aún está por llegar.

HOMENAJE A GEORGE PEREC

Me recuerdo apoyada en la barandilla de la terraza del Hotel Guardamar escuchando el silencio de un pueblo abandonado por el invierno.
Me recuerdo, allí mismo, inspirando con fuerza el olor de la salitre al amanecer y prometiéndome a mi misma volver a vivir.
Me acuerdo que esbocé una sonrisa cuando decidí pasar página y no recordar aquellos días de soledad y lágrimas.
Me recuerdo llorando de alegría y orgullo el día de la graduación de mi hijo. Fue, entonces, cuando rememoré el día de su nacimiento y de cómo sus ojos buscaban mi voz.
Me recuerdo mirando a aquella barca varada en la hierba llena de musgo y flores. Sentí que el mar la había desterrado.
Me recuerdo nerviosa escuchando el sonido de tu voz...de su voz. Mi cuerpo vibraba con cada una de tus sílabas. Hoy has enmudecido y yo me he quedado sin palabras.
Me recuerdo ante un micrófono angustiada por el miedo. Era el año 2000 y era Febrero. Se cumplía mi sueño de hacer un programa de radio en directo. Aunque efímero, se cumplió. Aún me invade la ilusión.
Me recuerdo escuchando la radio. Joaquín Prats, Elena Francis, Los Porretas...El sonido de sus voces evocan la infancia que pasó.
Me recuerdo mirándote. Me incliné a darte un beso en la frente. El frío de la muerte penetró en mi interior y me dejó helada. Abuelo, en ese momento, supe que te ibas de mi lado para siempre.
Me recuerdo paseando una tarde de invierno en San Rafael. Empezaba a nevar y el olor a leña, el silencio blanco, la paz, generaba en mí un estado de bienestar muy parecido a la felicidad.
Me recuerdo mirando el patio empedrado de mi colegio. En el centro una fuente dulcificaba con su sonido las lecciones verpertinas. Mis ojos de niña jugueteaban con el agua. Mis sueños de adulta me devuelven, alguna noche, a ese patio infantil.
Me recuerdo bailando con mi hermana en el salón. Nuestro nombre artístico "Clara y Morena" y nuestras coreografías hacían furor entre nuestros fans, los muñecos del salón.
Me acuerdo de la sensación de libertad que experimenté cuando aprendí a nadar. Era como bailar en el vacío.
Me recuerdo leyendo novelas de Corín Tellado acompañada de mi abuela y mi prima. Verano. La piscina y el romanticismo eran las únicas distracciones de aquella colonia de trabajadores apegada a la fábrica de cemento que les daba de comer.
Me recuerdo en los cines de verano de La Manga comiendo pipas saladas, escuchando el murmullo de la gente y disfrutando de películas que han quedado en mi memoria.
Me recuerdo con diecisiete años volando por encima de un paso de peatones. El golpe fue brutal. No recuerdo el atropello, no recuerdo el dolor. Sólo sé que mi vida se transformó y nunca volvió a ser igual.
Me recuerdo andando con mi muletas por los pasillos fríos del hospital. El sonido metálico del hierro en el suelo ensordecía mi soledad.
Me recuerdo huyendo de aquella mujer con la que compartía habitación en el hospital. Su olor de indigente y de alcohol aún no lo he olvidado. Siempre que me cruzo con alguien tirado en la calle le miro a los ojos ojos por si fuera ella.
Me recuerdo con mi amigo Martín. Siempre admirándole y queriéndole. Uno de los regalos que la vida me ha dado.
Me recuerdo en mi primer día de universidad. No quería hacer el ridículo pero mi presentación fue una caída apoteósica a la entrada de clase. La sensación de angustia al notar que todas las miradas se dirigían hacía mí nunca la he podido olvidar.
Me acuerdo del placer infinito que sentía al saborear un bombón de chocolate blanco. Ese sabor lo utilizaba para enviar besos a quien me los regalaba. El me los devolvía con sabor a regaliz. Jamás nuestras lenguas se rozaron.
Me recuerdo deseando olvidar el momento de la comida. Las garras del hambre son fuertes y desgarradoras.
Recuerdo la canción de Luz Casal que nos hizo bailar. Llevamos ocho años siguiendo el compás de su melodía.
Recuerdo que estaba dormida. Sonó el teléfono y me preguntaron se mi encontraba bien. Todo sucedió el once de marzo de 2004. Santa Eugenia se llenó de un silencio triste roto ,únicamente, por el sonido de las ambulancias.
Varios días después, me recuerdo en la estación de El Pozo observando como una grúa elevaba al cielo un vagón descuartizado. De sus tripas salían hojas, apuntes, mecheros...retazos de vida que sobrevivieron a la muerte. Sus dueños no.
Me recuerdo volando sobre las líneas de Nazca en Perú. La sombra de la avioneta se veía desde las alturas. Me sentía como Meryl Streep en Memorias de Africa. Todo era perfecto hasta que el piloto comenzó a hacer piruetas. Ya nada fue igual.
Me acuerdo de aquella comida frente al mar. Sentados en un banco, Valeriano, Pablo y yo comíamos un bocadillo de paté. Los pájaros nos rodeaban para atrapar las migas de pan que les tirábamos. Momentos de felicidad que guardo en la memoria.
Memoria que me hace recordar como jugaba y acariciaba a las mascotas que me han hecho disfrutar de su vida. Cuando ahora Kiko, mi perro, se sienta a mi lado, el espíritu de todos ellos vuelve conmigo.
Me recuerdo mirando absorta a la nada.
Me recuerdo intentando no recordar los recuerdos que una vez fueron y siempre serán.