sábado, 27 de noviembre de 2010

HOMENAJE A GEORGE PEREC

Me recuerdo apoyada en la barandilla de la terraza del Hotel Guardamar escuchando el silencio de un pueblo abandonado por el invierno.
Me recuerdo, allí mismo, inspirando con fuerza el olor de la salitre al amanecer y prometiéndome a mi misma volver a vivir.
Me acuerdo que esbocé una sonrisa cuando decidí pasar página y no recordar aquellos días de soledad y lágrimas.
Me recuerdo llorando de alegría y orgullo el día de la graduación de mi hijo. Fue, entonces, cuando rememoré el día de su nacimiento y de cómo sus ojos buscaban mi voz.
Me recuerdo mirando a aquella barca varada en la hierba llena de musgo y flores. Sentí que el mar la había desterrado.
Me recuerdo nerviosa escuchando el sonido de tu voz...de su voz. Mi cuerpo vibraba con cada una de tus sílabas. Hoy has enmudecido y yo me he quedado sin palabras.
Me recuerdo ante un micrófono angustiada por el miedo. Era el año 2000 y era Febrero. Se cumplía mi sueño de hacer un programa de radio en directo. Aunque efímero, se cumplió. Aún me invade la ilusión.
Me recuerdo escuchando la radio. Joaquín Prats, Elena Francis, Los Porretas...El sonido de sus voces evocan la infancia que pasó.
Me recuerdo mirándote. Me incliné a darte un beso en la frente. El frío de la muerte penetró en mi interior y me dejó helada. Abuelo, en ese momento, supe que te ibas de mi lado para siempre.
Me recuerdo paseando una tarde de invierno en San Rafael. Empezaba a nevar y el olor a leña, el silencio blanco, la paz, generaba en mí un estado de bienestar muy parecido a la felicidad.
Me recuerdo mirando el patio empedrado de mi colegio. En el centro una fuente dulcificaba con su sonido las lecciones verpertinas. Mis ojos de niña jugueteaban con el agua. Mis sueños de adulta me devuelven, alguna noche, a ese patio infantil.
Me recuerdo bailando con mi hermana en el salón. Nuestro nombre artístico "Clara y Morena" y nuestras coreografías hacían furor entre nuestros fans, los muñecos del salón.
Me acuerdo de la sensación de libertad que experimenté cuando aprendí a nadar. Era como bailar en el vacío.
Me recuerdo leyendo novelas de Corín Tellado acompañada de mi abuela y mi prima. Verano. La piscina y el romanticismo eran las únicas distracciones de aquella colonia de trabajadores apegada a la fábrica de cemento que les daba de comer.
Me recuerdo en los cines de verano de La Manga comiendo pipas saladas, escuchando el murmullo de la gente y disfrutando de películas que han quedado en mi memoria.
Me recuerdo con diecisiete años volando por encima de un paso de peatones. El golpe fue brutal. No recuerdo el atropello, no recuerdo el dolor. Sólo sé que mi vida se transformó y nunca volvió a ser igual.
Me recuerdo andando con mi muletas por los pasillos fríos del hospital. El sonido metálico del hierro en el suelo ensordecía mi soledad.
Me recuerdo huyendo de aquella mujer con la que compartía habitación en el hospital. Su olor de indigente y de alcohol aún no lo he olvidado. Siempre que me cruzo con alguien tirado en la calle le miro a los ojos ojos por si fuera ella.
Me recuerdo con mi amigo Martín. Siempre admirándole y queriéndole. Uno de los regalos que la vida me ha dado.
Me recuerdo en mi primer día de universidad. No quería hacer el ridículo pero mi presentación fue una caída apoteósica a la entrada de clase. La sensación de angustia al notar que todas las miradas se dirigían hacía mí nunca la he podido olvidar.
Me acuerdo del placer infinito que sentía al saborear un bombón de chocolate blanco. Ese sabor lo utilizaba para enviar besos a quien me los regalaba. El me los devolvía con sabor a regaliz. Jamás nuestras lenguas se rozaron.
Me recuerdo deseando olvidar el momento de la comida. Las garras del hambre son fuertes y desgarradoras.
Recuerdo la canción de Luz Casal que nos hizo bailar. Llevamos ocho años siguiendo el compás de su melodía.
Recuerdo que estaba dormida. Sonó el teléfono y me preguntaron se mi encontraba bien. Todo sucedió el once de marzo de 2004. Santa Eugenia se llenó de un silencio triste roto ,únicamente, por el sonido de las ambulancias.
Varios días después, me recuerdo en la estación de El Pozo observando como una grúa elevaba al cielo un vagón descuartizado. De sus tripas salían hojas, apuntes, mecheros...retazos de vida que sobrevivieron a la muerte. Sus dueños no.
Me recuerdo volando sobre las líneas de Nazca en Perú. La sombra de la avioneta se veía desde las alturas. Me sentía como Meryl Streep en Memorias de Africa. Todo era perfecto hasta que el piloto comenzó a hacer piruetas. Ya nada fue igual.
Me acuerdo de aquella comida frente al mar. Sentados en un banco, Valeriano, Pablo y yo comíamos un bocadillo de paté. Los pájaros nos rodeaban para atrapar las migas de pan que les tirábamos. Momentos de felicidad que guardo en la memoria.
Memoria que me hace recordar como jugaba y acariciaba a las mascotas que me han hecho disfrutar de su vida. Cuando ahora Kiko, mi perro, se sienta a mi lado, el espíritu de todos ellos vuelve conmigo.
Me recuerdo mirando absorta a la nada.
Me recuerdo intentando no recordar los recuerdos que una vez fueron y siempre serán.

2 comentarios:

  1. pues yo algún día me recordaré leyéndote y emocionandome ¡me ha encantado! me he imaginado cada una de las escenas que describes y has activado mis sentidos en ellas, oliendo, escuchando, sintiendo... hasta he saboreado con deleite ese bocata de paté (y eso que el paté no me va demasiado). De veras, me ha gustado mucho. Bss,

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  2. Todos tus textos rezuman tristeza y soledad... Pero también vida y, sobre todo, la sensación de alguien atrapado durante mucho tiempo que ha logrado salir, pero que aún no se valora en todo lo que vale...

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