Nunca he sido una hija cariñosa. Jamás he dicho "te quiero" a mis padres. Mi cuerpo se engarrota cada vez que mis brazos intentan abrazarlos. He sido incapaz de expresarles mis emociones y sentimientos.
Este bloqueo impide que las palabras fluyan para hablar de mi padre. En honor a la verdad, me resultaría igual de complicado si lo tuviera que hacer sobre mi madre.
Angustia. Mi mente necesita respirar. Se asfixia.
Mi padre está vivo. Mi padre murió. Yo he tenido dos padres. Me parezco a los dos.
Recuerdo al que murió desde los ojos de la infancia. Era un hombre alto, serio, severo y al que tenía miedo. Jamás me pegó pero su mirada y su silencio, cuando se enfadaba conmigo, me rompía el corazón.
Era extremadamente exigente y nunca conseguí verle contento por mis múltiples sobresalientes.
Trabajaba todo el día y sólo le veía por la noche. Quizás es por eso por lo que apenas le recuerdo jugando conmigo o con mi hermana. Bueno, miento, a ratos, en los días de playa, el bádminton nos unía, fugazmente.
Cuando se es pequeño no se comprenden las obligaciones de los adultos. Sólo necesitamos que se comporten como niños. A veces, no es posible.
Todo el interés por aprender, conocer y estudiar lo he heredado de él. Siempre nos alentó a mi hermana y a mí para que estudiáramos. Jamás, en el ámbito cultural, nos vio como chicas, sino como personas.
Nunca le importó apretarse el cinturón para comprarnos todo aquello que nos fuera útil para ampliar nuestro conocimiento. Discutía mucho con mi madre por esta razón ya que ella era más proclive a tener unas hijas que se decantaran por actividades más domésticas.
Sin embargo, nunca llegué a sentirme libre. A medida que me iba haciendo mayor, el ambiente rígido y opresivo me mantuvo en silencio. Sólo tenía obligaciones, normas, miedos.
Me casé muy joven y a veces pienso que lo hice por respirar, por empezar a volar.
Hace diez años mi padre murió. Tuvo un aneurisma cerebral. Le operaron y cuando salió del quirófano nació mi padre. El que yo hubiera querido tener de niña.
La vida me ha dado esta segunda oportunidad.
Ya no le tengo miedo.
Me emociono cuando me llama por teléfono y me dice que me quiere. Se ha convertido en un hombre entrañable y juguetón.
Mi vida hace diez años también se transformó. Salí de la jaula de oro en la que había convertido mi vida. Desde entonces, me ha apoyado en los errores y aciertos. No importa que ya no sea una chica de sobresalientes porque su sonrisa siempre me felicita.
En una ocasión sentí que no era nada para él. Quería que eligiese. No lo hizo. No lo entendía. Ahora sí.
El camino se va andando y nosotros nos estamos encontrando.
Admiro a mi padre.
Es un hombre luchador. Su vida ha sido dura. Fue el segundo de tres hermanos y esto hizo que siempre estuviera en medio, hasta para su madre. A su padre le perdió cuando era muy niño y le hizo crecer de repente.
Sus días son un vida completa.
Después de haber forjado su historia un vendaval estuvo a punto de quebrar sus cimientos. Los apuntaló y siguió hacía delante.
No quiero que se sienta culpable porque él me educó lo mejor que pudo. Quería como le habían querido a él.
Aún mantiene ese tono dictatorial para decir las cosas pero sin la rigidez de antaño.
Mi padre lo es ahora más que nunca y ya es el momento para decir que le quiero.
Las palabras comienzan a fluir....