Desnudo, dentro del laberinto, abraza sus piernas deseando gritar. No lo hace. Sabe domar sus emociones.
Desolado, dentro del laberinto, se esconde en el silencio. Un silencio de colores que disfraza la obscuridad de su alegría.
Desorientado, dentro del laberinto, araña con sus dedos las paredes que le rodean. Quiere huir, salir, vivir...No lo hace. Construye muros para cimentar su soledad.
Despavorido, dentro del laberinto, observa que ha sido descubierto. Quieto y tembloroso observa unos ojos. Unos ojos que pueden guiarle hacia la salida. No los pierde de vista pero, sintiéndose ciego, da media vuelta y choca con sus ataduras, su tristeza, su soledad.
Desfallecido, sin querer encontrar un destello de esperanza, muere dentro del laberinto.