Todos los días, cuando cae el sol, me asomo a la ventana para saludar a mis amigas las urracas. Danzan en las ramas de los árboles. Es un momento mágico porque una treintena de estas aves negras se reunen en el mismo lugar, cada día del año, para saludar al anochecer. Llegan volando de su viaje diario y, parece que, a través del sonido de sus "tcha-tcha-tcha", se cuentan lo que les ha sucedido desde la última vez que se vieron. Absorta me que quedo mirándolas hasta que todas, al unísono, emprenden el vuelo y desaparecen en la lejanía.
Imitándolas, bajo la persiana y vuelo, yo también, hacia mi refugio.
Imitándolas, bajo la persiana y vuelo, yo también, hacia mi refugio.
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