Un paseo por la sombra de los olmos me dirige hacia el estanque donde reposa el pez de bronce.
Sus ojos me miran fijamente y, a través de ellos, observo como cristaliza el musgo del destierro.
Hace siglos que no surca los mares.
Hace siglos que las gaviotas no le susurran historias de marineros perdidos entre las olas.
Hace siglos que no escucha el canto de sirenas.
Hace siglos que su vida se estancó cerca de la sombra de los olmos.