UNA HISTORIA DE AMOR
Una foto en el interior
de un libro abandonado en la calle.
Páginas amarillas que guardan el secreto de un amor.Una historia con letras impresas que acompañan a una imagen en blanco y negro.
La antigüedad de una impresión se une con la juventud de la niña que permanece estática desde el pasado.
Las huellas de los dedos que hojearon esas páginas son las mismas que acariciaron el rostro de la mujer que le acompañó en su lectura.
Las gotas de lluvia comienzan a mojar el suelo.
El libro se deteriora.
Las páginas se doblan, se humedecen.
La foto permanece inalterable, enmudecida, escondida.
Nadie sabe que está allí.
Recuerdos sin memoria al lado de un contenedor.
El viento hace bailar a las hojas. Las letras se abrazan para no salir despedidas.
La foto percibe cosquillas en movimiento.
Sólo él sabía que estaba allí.
Sale el sol y el calor devuelve el bienestar a las páginas envueltas en color sepia.
La foto abre sus poros para no descomponerse.
A ella le gustaba saber que él la escondía en sus rincones favoritos.
Una mano eleva el libro en el aire. Lo gira, lo sacude. Lo aleja de la basura.
Viaja hasta una nueva vida.
Nuevas huellas hojean las páginas y descubren ese rostro.
Un rostro desconocido que emerge de nuevo a la luz
Sale de entre las páginas.
Alguien descubre que siempre estuvo allí.
Se siente observada, estudiada, admirada.
Se siente perdida, desubicada
No puede verle,
No puede sentir sus besos en su mejilla congelada.
La tristeza impregna su piel de cartón
y sus lágrimas la deshacen en mil pedazos.
Desaparece.
Un libro llora su soledad enclaustrado en una estantería mientras rememora sus años de amor con aquella vieja fotografía.
Las páginas se tiñen de blanco y las letras huyen en busca de la imagen perdida.
La tarde anunciaba tormenta pero me apetecía dar un
paseo. La ciudad en verano resulta muy agradable en su soledad. Deambulaba sin
rumbo fijo, callejeando, descubriendo nuevos paisajes.
De repente, mis ojos se dirigieron al pie de un
contenedor donde había muchos libros tirados con desdén, menospreciados,
sacrificados. Sentí una tristeza profunda. Me acerqué y descubrí obras que
hasta ese momento habían reposado tranquilamente en alguna habitación. Nunca he
podido entender como alguien se puede desprender de algo tan valioso.
No podía soportar que se quedaran allí y empecé a
cogerlos. Afortunadamente, más gente se arremolinó a mi alrededor y, sin palabras, nos dispusimos a salvarlos de
la quema.
Sólo me pude llevar media docena, los que mis brazos
podían abarcar.
Mi tarde de paseo había acabado con un regalo literario.
Cuando llegué a casa los hojeé más detenidamente. Dos de
ellos eran ensayos que estudiaban las buenas maneras de la sociedad. Miré la
impresión y databan de 1929. Otros parecían más nuevos y eran de materias
versadas en el mundo del arte y, por último, una obra de D. Pedro de Alarcón
titulada “El Capitán Veneno”. De todos, era el más deteriorado aunque su
impresión era de 1940. Lo abrí con sumo cuidado porque tenía miedo que alguna
página se rompiera ; oculta entre ellas, encontré una fotografía.
La imagen reflejaba a una niña vestida con un traje regional. Miré en la parte
trasera y la única información que me ofrecía era el nombre de un estudio
fotográfico: “Ansede” y la localidad de donde provenía: Salamanca. No había
fecha, ni dedicatoria. Nada. Misterio.
Volví a mirar la imagen. La niña era una belleza. Algo me
hizo pensar que estaba invadiendo la intimidad de quien fuera dueño del libro.
¿Por qué dueño? Podía ser mujer. Quizás fue un regalo de una sobrina a una tía,
o pertenecía a un chico enamorado que
guardó la foto de su primer amor entre las páginas de su libro de cabecera.
Pudiera ser, también, el recuerdo que
tenía una madre de su hija el año en el que había sido reina de las fiestas en
Salamanca…o podía ser…conjeturas….mi imaginación fluía sin parar. Me preguntaba
cómo se llamaría, si seguiría viva…
Como por arte de magia, lo que había llegado a mis manos,
se volatilizó en ellas. La imagen, quizás por el paso de los años se estaba
deteriorando y por alguna causa que no he llegado nunca a comprender inició su
degradación a pasos agigantados hasta convertirse en pedazos.
Percibí la tristeza en la palma de mi mano. Tomé los
pedazos y decidí esparcirlos a la tarde siguiente por las montañas cercanas a
mi casa. Volarían a algún lugar del pasado.
El libro de D. Pedro de Alarcón reposa en una estantería.
De vez en cuando lo vuelvo a sostener en mis manos. Tarde o temprano tendré que
llevarlo a un restaurador. Su estado cada vez está más ajado y padece
enfermo. Quizás sienta nostalgia porque
no guarda entre sus páginas aquella foto que le había acompañado desde hacia
tiempo, desde siempre…
Simplemente, conjeturas sobre la foto que había dentro de
un libro
Jorge era profesor de historia del Arte en un instituto.
Desde que se jubiló disfrutaba de una de las aficiones que tenía desde que era
niño: la colección de fotografías y libros antiguos. Le gustaba imaginar el
pasado de personas desconocidas. Tenía cajas
llenas de vidas que quedaron inmortalizadas en el tiempo. Sus
estanterías estaban repletas de la imaginación que otros perpetuaron sobre el
papel. Momentos fugaces de eternidad que
quería sentir suyos.
Un día de otoño, paseando por la Feria del libro Antiguo
y de Ocasión en el Paseo de Recoletos, encontró un libro que le transportó a su
niñez: El Capitán Veneno. Recordó que en un festival que hizo en su época de
bachiller, le hicieron representar esta obra. No dudó en comprárselo. Estaba
deseando llegar a casa para releerlo. Revivir lo efímero.
Una sorpresa le estaba esperando. Al abrir el libro, cayó
de entre sus páginas una fotografía de una niña vestida con traje regional.
Estaba feliz. Dos de sus debilidades se habían unido en una sola compra. A
diferencia de lo que habitualmente solía hacer, no guardó la foto en las cajas
reservadas a su colección. Tomó la decisión de dejarla en el mismo lugar donde
se la había encontrado: entre las páginas del Capitán.
Años después, Jorge enfermó de Alzeheimer. Su mente
viajaba a un mundo desconocido. Sus hijos decidieron ingresarle en una
residencia. El único equipaje que llevó fue sus cajas de fotografías. Absorto,
por las tardes, miraba una por una las imágenes que, creía, formaban parte de
su propia vida. Diariamente, preguntaba a las enfermeras que buscaran en su
caja a la novia del Capitán y ellas conocedoras de su vacío, le ofrecían,
compasivamente, cualquier fotograma en el que apareciera una chica joven. Él
las miraba con ojos vidriosos y negaba con la cabeza.
Jorge falleció y sus herederos decidieron vender su casa y tiraron todo aquello que consideraban inservible. Lo primero, los libros viejos
que,según ellos, no valían nada. La ignorancia es muy
atrevida. Millones de palabras y recuerdos quedaron al pie de un contenedor de papel, entre ellos una fotografía del pasado perenne en el tiempo.
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