domingo, 21 de octubre de 2012

EL ABRAZO


Erase que se era un reino muy pequeño en el que todos sus habitantes vivían tranquilos y felices.  El rey Diftur era simpático y bonachón. Gobernaba con inteligencia y equidad. Estaba casado con Mandolina, mujer serena y afable. Ambos se querían y su único deseo era tener un hijo. Llevaban mucho tiempo  esperando un milagro pero la esperanza se iba desvaneciendo a medida que los años  pasaban y el heredero no llegaba. 
Un día, una mujer llegó al pueblo. Parecía un hada. Un haz de luz la envolvía.  Llevaba en brazos a un bebé rollizo que no paraba de llorar.  Era tan fuerte su llanto que las gentes del lugar se asomaban a las ventanas para saber lo que ocurría.  Mujeres, hombres, niños, lo acurrucaban entre sus brazos pero el bebé no callaba. Mandolina, la reina, que también había escuchado aquella llantina, se acercó al hada y extendió sus brazos para que le dejara al niño.  En cuanto sus manos le rozaron,  el bebé comenzó a tranquilizarse y poco después se quedó plácidamente dormido.
La mujer que hada parecía le dijo a la reina:
-Señora, tenéis un gran poder.  Lácrimo, que es como se llama el que ahora tenéis en vuestros brazos, lleva siete lunas sin parar de gimotear. Creíamos que  enfermo estaba y me dirigía a la casa que hay  en lo alto de la colina para encontrar la solución que sanara al pequeño. Allí vive Dimitra. Ella cura a las hadas, duendes y elfos del bosque elaborando pócimas y remedios mágicos
- ¿Cuál es vuestro nombre? - preguntó la reina-
- Me llamo Iris
- Iris, no es necesario que vaya a ver a esa mujer. Usted misma ha visto que Lácrimo se ha callado, es más puede ver que hasta  sonríe. Yo soy Mandolina, la reina de este lugar,  y años llevo esperando un hijo.  Le ruego que me lo deje y yo le cuidaré como si fuera propio.
- Señora, eso no es posible. Lácrimo es hijo del rey de los bosques y yo soy el hada aya que se le asignó al nacer.  Por favor, deme al pequeño, aún me queda un largo camino por recorrer.
- Pero, conmigo no llora…y con usted…
La reina, triste, acercó el bebé a Iris. Cuando ésta lo cogió, el niño sonrió. Mandolina esperaba que prorrumpiera, de nuevo, a llorar, pero…no fue así. El poder de sus manos le había curado. Volvió triste hacia palacio y lloró amargamente.
Pasaron los meses, y el recuerdo de Lácrimo no desaparecía. Mandolina que siempre había sido una mujer  activa languidecía de pena. No salía de sus aposentos. Lloraba y lloraba.  Eran tantas las lágrimas que derramaba que su cuerpo comenzaba a encogerse.  El rey y  el pueblo estaban muy preocupados por su reina. Parecía que la enfermedad del niño la hubiera atrapado ella entre sus manos.
Todos los médicos de la corte buscaban sin descanso remedios para que  sanara pero nada parecía hacerla efecto. Un día de primavera, Iris, el hada aya, se presentó  en la corte con una  carta redactada por el padre de Lácrimo y dirigida al rey Diftur  que así decía:

Muy señor mío, hasta mis reinos ha llegado la noticia de la enfermedad de la reina Mandolina. Por lo que cuentan, es parecida a la que mi hijo Lácrimo sufrió. Gracias al abrazo milagroso de su esposa  mi niño sanó pero bien parece que el mal que parecía se lo transmitió a su mujer. Pesaroso estoy desde que sé de su sufrimiento. En agradecimiento por la alegría que ella me dio quiero ofrecerles los servicios de Dimitra. Allí se dirigía Iris para sanar a mi hijo cuando se encontró con la reina y surgió el milagro. En aquella ocasión nosotros no la necesitamos pero ahora sí. Quiero que la reina Mandolina vuelva a resurgir de la tristeza.
            Mostrando mis mejores deseos
                                               Renedón, Rey de los Bosques

El rey Diftur estaba emocionado. Inmediatamente, preparó todos los carruajes para llevar a la reina hasta lo alto de la colina. Iris les indicaría el camino. Nadie sabía en qué lugar se encontraba porque la casa estaba oculto a la vista de los hombres.
El sendero era angosto y oscuro. Pájaros negros acompañaban al cortejo real. Sólo se escuchaba el llanto triste de la reina. Horas de viaje transcurrieron hasta que Iris divisó la casa de Dimitra. Mandó parar los carros y ordenó que nadie se moviera. Ni siquiera el rey. Tomó de la mano a la reina y anduvieron entre una niebla espesa hasta que desaparecieron de los ojos de los que allí estaban.
Dimitra vestía de color púrpura, era pequeña y de aspecto duro pero su voz sonaba dulce cuando habló esbozando una sonrisa
- Os estaba esperando. Renedón me previno de vuestra llegada para que no me pillara por sorpresa. Sentaos, por favor…tardaré poco. Mi sitio está entre mis pucheros. Todos ellos albergan  bálsamos milagrosos que os curarán.
Mandolina estaba asombrada de lo que sus ojos acuosos dejaban ver. La casa parecía estar en el interior de un tronco de árbol pero era tremendamente espaciosa y cálida. El crepitar del fuego que calentaba todas aquellas ollas, la invadían de una paz de la que hacía tiempo no disfrutaba. Tan inmersa en sus pensamientos estaba que no se percató que Dimitra la ayudaba a beber un líquido verde y gelatinoso. Tenía un sabor repugnante pero, a cada trago que daba, las lágrimas se secaban. Bebía y bebía y el sueño, poco a poco la fue envolviendo.
Cuando despertó estaba en sus aposentos. La luz del sol entraba por la ventana. No se acordaba cómo había llegado hasta allí.  Saltó de la cama y bajó corriendo a saludar al rey. Una sonrisa tierna le esperaba.
Por fin, Mandolina se había recuperado. Estaba feliz. Sin embargo, el destino la tenía reservada una nueva sorpresa para culminar esta felicidad. De entre los brebajes que le obligó a beber Dimitra había uno muy especial.  Tenía el poder de dejar a las mujeres encintas.
Así pasó que a los nueve meses nació una preciosa niña que se llamó Alba, porque al amanecer nació. Su alegría, belleza y bondad llenó plenamente la vida de sus padres.
Desde entonces, en el reino,  todos vivieron plácidamente hasta que muchos, muchos, muchos años después un caballero a caballo llegó al pueblo. Se llamaba Lácrimo. Lo primero que pudo ver ese joven apuesto fue a la princesa Alba paseando por los campos…sus ojos se encontraron y... esa ya es otra historia.





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