¡Deseaba tanto ese
bebé! La noticia fue desoladora. Su niña tenía síndrome de Down. A pesar de los avances no le podían
asegurar el grado de minusvalía que
tenía.
Llegó
a casa, se tumbó en el sofá y acarició su tripa. Allí dentro yacía su niña.
Lloró de rabia, de miedo, de tristeza. ¿Por qué a ella? ¡No lo podía creer! Su
hijo de tres años no había tenido ningún problema y ahora esto…
Una
semana de plazo. Esas fueron las palabras de la doctora. Una semana de plazo
para tomar una decisión. Tener o no tener al bebé. No cometía delito. Estaba
dentro de los supuestos que la ley establecía.
Hacía
mucho calor y estaba temblando. Le preocupaba la reacción de Juan Carlos, su
marido, cuando le comunicara la noticia. ¿Estaría de acuerdo con ella?
El
cerrojo de la puerta anunciaba su llegada. Todo fue más fácil de lo que
esperaba. No hicieron falta las palabras. Sus ojos se dijeron todo. Se abrazaron. Lloraron. Víctor, su hijo, miraba a uno y a otro
extrañado. ¡Algo pasaba! Cogió un cuento y sentó en el suelo pasando las hojas
en silencio.
Esa
noche no durmieron. Hablaron y
decidieron. Un bebé deseado que no tendrían y que sin conocerle querían. Se sentían egoístas, vacíos…pero, también
generosos, llenos de amor hacía su otro hijo. Todos sus pensamientos rondaban
alrededor de la misma pregunta: ¿Qué será de ella cuándo nosotros no estemos?
¿Se ocupará su hermano de ella? ¡Si supiéramos que ella se pudiera valer por sí
misma, lo tendríamos claro, pero ¿y si su minusvalía es tan grande que tiene
que depender de alguien?...¡Qué fácil sería todo si tuviéramos el dinero
suficiente para saber que pase lo que pase, ella estaría en buenas manos y
atendida!...
La
semana pasó escuchando las contradicciones entre el corazón y la razón. Oyendo
las críticas de su suegra llamándola asesina, observando la mirada silenciosa
de su madre, sintiendo el apoyo de sus amigos, constatando su vacío por cada
segundo que señalaba la cuenta atrás.
El
día que llegó a la clínica acompañada por su marido parecía una sonámbula. Lo
último que hizo antes de entrar al
quirófano fue llenar de besos su mano y apoyarla en el vientre donde su niña se
columpiaba juguetona.
Todo
pasó rápido. Toda la angustia pareció desaparecer en una hora, quizás
menos. Su bebé se alejó para siempre de
ella. Pero no fue así. Desde entonces, sus sueños se tornaron en pesadillas, su
ánimo languideció y su cuerpo comenzó a deformarse. Se odiaba tanto que no
podía mirarse al espejo. La tristeza se
apoderó de ella y lo que, en contadas
ocasiones, la sacaba del pozo era la sonrisa de su hijo.
Dos
años pasaron dejándose llevar por la rutina de la vida. La rutina de la vida
que, a veces, nos da una sorpresa. Ruth se volvió a quedar embarazada. El miedo
la invadió. La alegría la sobresaltó. Pasara lo que pasara, esta vez tendría el
bebé. Fueron nueve meses de angustia hasta que a finales de Junio pudo
estrechar entre sus brazos a una niña sana y preciosa.
¡Qué
felicidad! Mientras sonríe a su pequeña besa la palma de su mano y se la acerca
al vientre y piensa que los malos momentos parecen durar una eternidad pero
el transcurso del tiempo los convierte
en efímeros.
IN MEMORIAM
Bailaba
en el útero materno al ritmo del acordeón.
Se sentía querida y feliz hasta que algo la expulsó de allí y nunca más
sintió la música del corazón; sólo aquel
beso que se fue con ella para siempre
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