domingo, 21 de octubre de 2012

LA DECISION


                ¡Deseaba tanto ese bebé!  La noticia fue desoladora.  Su niña tenía síndrome de Down.  A pesar de los avances no le podían asegurar  el grado de minusvalía que tenía.
Llegó a casa, se tumbó en el sofá y acarició su tripa. Allí dentro yacía su niña. Lloró de rabia, de miedo, de tristeza. ¿Por qué a ella? ¡No lo podía creer! Su hijo de tres años no había tenido ningún problema y ahora esto…
Una semana de plazo. Esas fueron las palabras de la doctora. Una semana de plazo para tomar una decisión. Tener o no tener al bebé. No cometía delito. Estaba dentro de los supuestos que la ley establecía.
Hacía mucho calor y estaba temblando. Le preocupaba la reacción de Juan Carlos, su marido, cuando le comunicara la noticia. ¿Estaría de acuerdo con ella?
El cerrojo de la puerta anunciaba su llegada. Todo fue más fácil de lo que esperaba. No hicieron falta las palabras. Sus ojos se dijeron todo.  Se abrazaron. Lloraron.  Víctor, su hijo, miraba a uno y a otro extrañado. ¡Algo pasaba! Cogió un cuento y sentó en el suelo pasando las hojas en silencio.
Esa noche no durmieron.  Hablaron y decidieron. Un bebé deseado que no tendrían y que sin conocerle querían.  Se sentían egoístas, vacíos…pero, también generosos, llenos de amor hacía su otro hijo. Todos sus pensamientos rondaban alrededor de la misma pregunta: ¿Qué será de ella cuándo nosotros no estemos? ¿Se ocupará su hermano de ella? ¡Si supiéramos que ella se pudiera valer por sí misma, lo tendríamos claro, pero ¿y si su minusvalía es tan grande que tiene que depender de alguien?...¡Qué fácil sería todo si tuviéramos el dinero suficiente para saber que pase lo que pase, ella estaría en buenas manos y atendida!...
La semana pasó escuchando las contradicciones entre el corazón y la razón. Oyendo las críticas de su suegra llamándola asesina, observando la mirada silenciosa de su madre, sintiendo el apoyo de sus amigos, constatando su vacío por cada segundo que señalaba la cuenta atrás.
El día que llegó a la clínica acompañada por su marido parecía una sonámbula. Lo último que hizo  antes de entrar al quirófano fue llenar de besos su mano y apoyarla en el vientre donde su niña se columpiaba juguetona.
Todo pasó rápido. Toda la angustia pareció desaparecer en una hora, quizás menos.  Su bebé se alejó para siempre de ella. Pero no fue así. Desde entonces, sus sueños se tornaron en pesadillas, su ánimo languideció y su cuerpo comenzó a deformarse. Se odiaba tanto que no podía mirarse al espejo.  La tristeza se apoderó  de ella y lo que, en contadas ocasiones, la sacaba del pozo era la sonrisa de su hijo.
Dos años pasaron dejándose llevar por la rutina de la vida. La rutina de la vida que, a veces, nos da una sorpresa. Ruth se volvió a quedar embarazada. El miedo la invadió. La alegría la sobresaltó. Pasara lo que pasara, esta vez tendría el bebé. Fueron nueve meses de angustia hasta que a finales de Junio pudo estrechar entre sus brazos a una niña sana y preciosa.
¡Qué felicidad! Mientras sonríe a su pequeña besa la palma de su mano y se la acerca al vientre y piensa que los malos momentos parecen durar una eternidad pero el  transcurso del tiempo los convierte en efímeros.

IN MEMORIAM
Bailaba en el útero materno al ritmo del acordeón.  Se sentía querida y feliz hasta que algo la expulsó de allí y nunca más sintió la música del corazón; sólo aquel  beso que se fue con ella para siempre

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