martes, 7 de junio de 2016

SEGUNDO PREMIO "CONCURSO LITERARIO ADULTO 2014" CLUB IBERIA


LA MIRADA DEL RETRATO

El comisario se disponía a interrogar al último testigo: el vigilante del museo, la última persona que vió a la desaparecida.
- Buenas tardes…es usted Alejandro Zazo
-Sí señor.
- Muy bien, pues cuénteme todo lo que sepa con respecto al caso que nos ocupa.
- Poco le puede decir. Yo llevaba de responsable en la sala en la que ella desapareció dos meses. Acostumbramos a rotar cada cierto tiempo. La joven solía aparecer por allí los jueves a eso de las seis y media de la tarde. Lo sé porque los miércoles libro y eso me sirve de referencia. De la hora también estoy prácticamente seguro, porque nos queda ya poco de jornada y, además, para el público, de seis a ocho, la entrada es gratuita
-Debe ser usted muy observador para percatarse que esa chica repetía la visita todos los jueves.
- Sí, señor. Para ser vigilante de sala hay que serlo. Tenemos que estar atentos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Además, la muchacha llamaba la atención…no, no me malinterprete pero es que se quedaba como extasiada mirando un solo cuadro. La sala está llena de retratos pero ella estaba empecinada sólo con ese.
- ¿Sabría usted decirme el cuadro en cuestión?
- Pues mire sí. Me invadió la curiosidad al ver como la chiquita se quedaba allí tan quieta, por lo que un día, tras cerrar el museo me acerqué a verlo. Es un retrato de una mujer muy guapa y con una cara muy simpática. Se titula la Condesa de Vilches…Si le soy sincero, bonito, es pero, a mi modo de ver, los hay mejores…aunque claro, para gustos, los colores.
-Centrémonos en el día de los hechos. ¿Qué recuerda?
- Ese día todo fue raro desde el principio hasta el final. Era jueves y sería la hora que con anterioridad le he referido. No había mucha gente. El tiempo tampoco acompañaba. Los truenos no habían dejado de oírse durante toda la tarde. La chica entró en la sala y  se quedó, como era su costumbre, frente al cuadro. De repente, se puso a gritar como una loca. Parecía que hablara con alguien pero no había nadie en la sala. Le llamé la atención pero ella pareció no oírme. Sólo decía: “no quiero ir, ¿quién eres tú? Te he dicho que no. Yo sola podré...”El tono de voz aumentaba y yo decidí llamar por la emisora al chico de seguridad. Justo en ese momento, un rayo cayó en el museo y se fue la luz. Fueron unos segundos…pero cuando volvió a iluminarse la sala ella no estaba allí. En el suelo estaba su bolso y su abrigo. Esperé hasta la hora del cierre y como no venía a por sus pertenencias las dejé en consigna.
- Muy bien, Alejandro, eso es todo por el momento, le agradezco mucho su testimonio.
- Fíjese no le conocía pero le había cogido cariño. ¡Ya ve qué tontería! Espero que aparezca pronto y se encuentre bien.
- No se preocupe. Estamos investigando. Gracias por su colaboración.
Pero no se volvió a saber nada de Amalia Ruíz, la chica desaparecida. Un caso sin resolver. Como tantos otros.
Han pasado tres años de aquel acontecimiento. Alejandro sigue de vigilante de sala en el museo.
Un evento de gran relevancia se está celebrando. Todas las autoridades del mundo de la cultura están presentes en la exhibición del lienzo que ha llenado páginas en los periódicos. El Ministerio lo ha conseguido después de múltiples negociaciones. La fortuna ha sonreído al museo. El cuadro llegó al Prado por mediación de una famosa casa de subastas para que fuera restaurado y examinado. Tras los pertinentes estudios, el Departamento de investigación confirmó que era la obra póstuma del pintor flamenco Ferdinand Voet, “Mujer tras el espejo”.
Alejandro esperó a que medios de comunicación y personalidades se hubieran ido para ver el retrato. Entró en la sala. Estaba completamente solo. Cuando lo miró un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¡No podía ser! ¡Era ella! ¡La chica desaparecida! Tenía que hablar con la policía de inmediato, aunque, enseguida, desechó esa idea absurda. Lo iban a tomar por loco. Contempló, de nuevo,  el retrato y volvió a decirse ¡es ella! ¡sus ojos! ¡sus labios! ¡su triste expresión!. Estaba paralizado. Tenía que moverse, trabajar…cuando se disponía a salir de la sala una voz le hizo detenerse en seco:
-¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí! ¡Estoy atrapada!
Alejandro miró a todos lados pero nadie estaba con él. Corrió despavorido;  se excusó ante sus compañeros esgrimiendo que estaba indispuesto y se fue a casa confuso y atemorizado.
Al día siguiente, volvió a barajar la idea de contarle al comisario lo que había visto, pero él mismo desestimó la idea. ¡Si el lienzo tenía su origen en el siglo XVII! Se rió de sí mismo y fue a trabajar como si nada hubiera pasado pero, en el momento que se puso el uniforme, la voz reclamando auxilio volvió a asustarle y, a su vez, hipnotizarle.
 Muchos fueron las semanas, los meses, en los que su tiempo de descanso lo dedicaba a mirar extasiado aquel retrato que le suplicaba ayuda. Los compañeros estaban preocupados por él. Parecía estar enfermo. Cada vez más pálido, más ausente…
Una tarde, Alejandro, miraba desde la esquina de su posición de trabajo el retrato de la muchacha. Un hombre se acercó a él. Tenía los ojos profundamente negros, la cara poblada de una espesa barba. Era muy alto, bastante atlético y con unas manos llamativamente grandes y manchadas de pintura.
-Yo también le oigo… susurró a Alejandro
-¿Perdón? No entiendo que me dice.
- Yo también escucho sus llamadas de auxilio. Usted y yo le salvaremos. Tengo  un plan.
-Caballero estoy trabajando, no moleste.
- Sé que sufre por ella. Tanto como yo. Venga conmigo. Ahora es el momento
-Déjeme en paz. ¿quién es usted? No necesito su ayuda…
Los compañeros de Alejandro le miraron asustados. Parecía hablar solo. Gritaba, gesticulaba. Los visitantes de la sala le miraban asustados. En el mismo momento que los chicos de seguridad le iban a calmar, se fue la luz. Sólo fueron unos segundos, pero cuando la sala volvió a iluminarse no quedaba ni  rastro del vigilante de sala, únicamente, la emisora por la que se le reclamaba su presencia…
Nunca se volvió a saber nada de Alejandro Zazo, el vigilante de sala del Museo del Prado.
Han pasado tres años del aquel acontecimiento. El comisario  Justo Gutiérrez, ya jubilado, se ha apuntado a un curso de historia del arte. Hoy toca recibir las lecciones en el museo aprovechando que se ha expuesto un nuevo retrato en la Sala Velázquez. La profesora les está dando explicaciones del lienzo cuando algo llama su atención…tras la figura principal, un hombrecillo, en segundo plano, parece abrir una ventana. Se fija mejor en su cara y… ¡es el vigilante desaparecido! ...Bueno, no es él - se dice-  ¡se parece a él! Absorto, se acerca más y más al cuadro hasta que la profesora llama su atención
- Justo…Nos vamos a ver los retratos de Voet. ¡Vaya, te ha hipnotizado el cuadro de Velázquez!
 - Sí…no…bueno…;  es curioso. Justo dejó de escuchar la verborrea de la profesora. Volvió a echar una última ojeada al falso vigilante y fue entonces cuando una voz potente reclamó su atención:

- ¡Comisario! ¡Ayúdeme! ¡Sáqueme de aquí! ¡Estoy atrapado!


TÓNICA CON GINEBRA

   Soy intolerante al alcohol en el más amplio sentido de la palabra. Pero más aún a los anglicismos. Y, sin embargo, aquí estoy yo, en una “gintonería” muy  fashion de Madrid cuyo slogan aseveraba que me sentiría como una celebrity al probar uno de sus variados y exclusivos gin-tonic.
El local había adquirido una relevancia excepcional en los últimos años. Si no ibas, estabas “out”. Era el lugar preferido de la jet-set. Se decía que entre copa y copa se acordaban contratos millonarios. Innumerables business se habían cerrado en uno de los privados con los que contaba el establecimiento. No era de extrañar, el cóctel tenía el poder de incrementar  las brainstorming. Gracias a ellas se fraguaban proyectos sustanciosos. Incluso, y esto es top-secret,  circularon las black-card en diferentes ocasiones pero esto es algo que no se  puede confirmar.
Son las nueve de la noche y no hay muchos clientes. Me ofrecen la carta. La hojeo. Desde luego su publicidad no engaña puesto que cincuenta tipos de gin tonic se presentan como si de un desfile de moda se tratara. El caballero que está a mi derecha ha elegido uno cuyo nombre es muy exquisito  " Peal Rose”.  El barman asiente e inicia una exhibición de maestría al mezclar líquidos de colores con frutas y especias. Observo atentamente sus movimientos delicados. Es un verdadero artista dando vida propia a un simple líquido. Cuando finaliza, con  elegancia extraordinaria, deposita su obra de arte sobre un posavasos de papel que no hace honor a la maravillosa creación que sostiene. Se lo entrega al demandante que sin  la menor de las sutilezas bebe compulsivamente mientras picotea de un bol con chips.
-Caballero, ¿ha decidido que va a tomar?
-Parece que no hay mucho ambiente- le respondo obviando su pregunta
 -Es pronto aún.
-¿Se suele llenar?
- Habitualmente, sí. Hay hoteles cerca donde se celebran workshops. Cuando acaban se pasan por aquí a tomar una copa. Somos un sitio de referencia. Llegamos a ser trending topic en twitter el día que nos visitó George Clooney con Javier Bardem.
- ¡Vaya! ¿Cuál fue el hasthtag?
Noto, entonces, su mirada entre impaciente e inquisidora.
-Todavía no me he decantado por ninguno…ahora le aviso.
Se aleja ligeramente enfadado.
Vuelvo a leer los nombres de lo que se pretende que hay que beber: Gin Tonic Pink Panther, Gin Tonic Martin Miller´s, Gin Mojito, Gin Tonic con lima y regalíz…¡quién le iba a decir al oficial británico al que se le ocurrió el invento de mezclar la ginebra con Schweppe para celebrar la victoria de las tropas británicas en la India que su idea iba a degenerar de esta manera!
Me aburre tanta oferta. Hay que hacer una master-class para entenderla.
Reanudo mi examen al establecimiento. Un grupo notable de  gente acaba de hacer su aparición estelar. Se sienten en el corner. Todos van  vestidos de sport porque, evidentemente, comienza el week end y hay que seguir la tradición británico  del “casual Fridays”. Si fuera cualquier otro día de la semana irían con sus trajes y corbatas. Una manera de incentivar al trabajador, explican de manera rimbombante los grandes gurús de la city. A mí que me den cash  y  voy vestido de gentleman o de lo que manden. ¡Vaya con los vips! ¡Menuda algarabía están montando! No se puede escuchar la música chill-out tan agradable que estaba sonando en el hilo musical.
-Son Community Manager, me explica el caballero que está a mi lado y que ya va por el tercer gin-tonic… Los que se ocupan de las redes sociales de cada una de las empresas que representan. Internet está en sus manos. ¡Ya me gustaría a mí ser uno de ellos!
- Y ¿qué hacen aquí, un briefing?
Se encoge de hombros y vuelve a dar un trago.
Aprovechando que tengo cerca al camarero le hago un ademán para que se acerque.
-¡Ya sé lo que quiero! Por favor, póngame agua con gas acompañada de una rodaja de lima y servida en una copa balón.
- ¿Disculpe? No le he entendido bien
-  Repito, me puede preparar un  sparkling water with lime en copa balón, porfa please.
No debió gustarle mi elección porque le noté  visiblemente alterado y, con cierto desprecio, comentó a sus compañeros la cantidad de frikies que había perdidos por el mundo. Me lo sirve en un posavasos tan horrendo como el de mi compañero de barra. Le miro sonriéndome  y comienzo a beberme, con glamour, mi gran copa de agua con gas en uno de los locales más “in de Madrid”. Ocho euros me ha supuesto el capricho. Es lo que tiene ser cool.
                                              
                                                                                                                


TRES IMÁGENES 

- Sus manos pintan imágenes que hacen vibrar el corazón. Los trazos bailan sobre la  página en blanco para llenarla de vida propia.

-Tus manos hacen cosas increíbles. Trazas imágenes a las que das vida. Hacen vibrar mi corazón.


-Mis manos pintan y con ellas intento crear imágenes que emocionen a los que las ven. Deseo que tengan vida propia y hagan vibrar los corazones.



SECUENCIA TRIDIMENSIONAL DE UNA MISMA HISTORIA


Tercera persona

Dormitaba cuando sonó el teléfono. Se sobresaltó. Las siete de la mañana. No eran horas. Tuvo un mal presentimiento. Una voz grave y desconocida le comunicaba la noticia. Su nieto había sido secuestrado y tendría que pagar tres mil euros si quería volver a verlo con vida. Le advirtieron que no llamara a la policía y que en un plazo de cuatro  horas debería reunir el dinero.  Pasado ese tiempo, lo depositaría, envuelto en papel de aluminio, en una papelera que había en un parque cercano a su casa. No le dieron opción a realizar pregunta alguna. El anciano temblaba preguntándose el porqué. Debía tratarse de alguna broma de mal gusto. Para despejar dudas, tecleó el teléfono de Jorge pero no respondía; estaba fuera de cobertura. Nervioso y con dificultad empezó a vestirse. Iría al banco. El tiempo corría en su contra. Cuando salió a la calle, de nuevo, una llamada de teléfono retumbó en su casa. Él ya estaba lejos y no pudo escuchar como su nieto le decía al contestador: yayo, soy yo, acabo de llegar a Las Palmas, ¿sucede algo?

Segunda persona

No lo voy a repetir dos veces. Hemos secuestrado a tu nieto. ¿Quieres volver a verlo con vida, verdad? Pues sigue, atentamente, las instrucciones que te vamos a dar. Tendrás que conseguir tres mil euros antes de cuatro horas. Cuando los tengas, deberás envolverlo en papel de aluminio y dejarles en la papelera que hay en el parque San Miguel, ese que está cerca de tu casa. Como ves, sabemos dónde vives. Ni se te ocurra llamar a la policía, ni dar un paso en falso porque te arrepentirás. La cuenta atrás ha comenzado.
 ¡Genial! El viejo se lo ha creído.
- Lucas, ¿estás seguro que Jorge ha cogido el avión a Las Palmas?

Primera persona

¡Son las siete de la mañana! ¿Quién puede llamar a estas horas? Seguro que ha pasado algo. ¿Dígame? ¿Mi nieto? ¿Pero quién es usted? ¿Cuánto? ¿Tres mil euros?  Sí, claro que conozco el parque. ¡Dios mío! ¿Por qué lo han secuestrado? Voy a llamar a Jorge aunque le despierte. ¡Tiene el móvil fuera de cobertura! ¡Claro, se lo abran apagado para que no pueda hablar con nosotros! ¡Mi chico! ¡Dios quiera que no le pase nada! Voy a vestirme. Tengo que estar en el banco a primera hora para que me den ese dinero. ¿Y si no disponen de tanto? ¿Qué voy a hacer entonces? Piensa Miguel, ¿cómo un banco no va a tener esa cantidad? ¿Y si es una broma de mal gusto? Debería llamar a la policía pero me han recalcado que ni se me ocurra hacerlo. El tiempo corre en mi contra. He de darme prisa.






LAS AVENTURAS DE UN BUEN SOLDADO LEGIONARIO

  A los 20 años era un nini o al menos ese era el calificativo cariñoso con el que me denominaba mi querida madre. Pero, ¿Qué podía hacer yo? Me dejaba llevar por la indolencia. Era una pobre víctima de la globalización capitalista. Sin embargo, el 12 de Octubre de 2007 mi vida iba a dar un giro inesperado. Estaba tumbado en el sofá, frente al televisor, viendo el desfile de las fuerzas armadas, cuando mi corazón empezó a palpitar al ver  marchar a la legión con ese aire marcial. Mi cerebro, vacío como estaba de sensaciones, se iluminó milagrosamente y decidió por mí: yo quería ser uno de ellos.
Lleno de energía busqué en internet los requisitos necesarios. Los cumplía todos: mayor de edad, español, altura apropiada, vista de lince, la Eso  acabada y, sobre todo, tenía que acreditar una buena conducta ciudadana que estaba fuera de dudas a pesar de la opinión contraria de mis vecinos..
Con una actividad inusitada en mí, cumplimenté todos los datos y a las tres semanas recibí un burofax en el que me aceptaban como aspirante a soldado legionario. Unos días después de recibir la agradable notificación, estaba en un avión con destino a Melilla. Mi familia dio una fiesta de despedida con petardos incluidos, pero de esto me enteré un mes después.
No puedo expresar con palabras lo que sentí al entrar en el cuartel. Iba a formar parte del Primer Tercio “Gran Capitán de la Legión”. Un orgullo invadía mi cuerpo mientras un temor desbocado me hacía temblar al comprobar como unos señores corpulentos y con barbas vociferaban órdenes por doquier. Se parecían a mi madre cuando, cansada de ver cómo me tocaba los…, expulsaba espumarajos por la boca.
No negaré que un poco sí que me dejé amilanar. Tengan en cuenta que pesaba cincuenta kilos, era barbilampiño y mi voz era extremadamente dulce; características que en nada tenían que ver con lo que estaba contemplando. Hasta las mujeres que por allí desfilaban tenían el triple de brazos que yo. Si, una de ellas, me hubiera dado la mano me la hubiera inhabilitado para siempre. Respiré, tal como decía el profesor de yoga de mi serie favorita, cogí mi macuto y seguí al Cabo Primero, dispuesto a luchar contra los obstáculos que pudiera encontrar.
Todo fue difícil al principio, sobre todo, hacerme la cama. En mi casa estiraba las sábanas y poco más. Allí, como en alguna de las inspecciones, el sargento Chaparro viera una sola arruga, te enviaba a pelar patatas, y patatas, y más patatas.

De manera lenta pero segura, me fue acostumbrando a la rutina del día a día. Les contaré a grosso modo como transcurría: nos levantaban al amanecer, recogíamos las literas, desayunábamos y nos preparaban físicamente durante horas. Aún desconozco el motivo por el que  el sargento Chaparro me obligaba a realizar más flexiones que a los demás. Deduje que me tenía manía por más que él insistiera que era porque  “no me salía de los cojones hacerlas bien “.  Él no comprendía que la gimnasia no era mi fuerte y cuando en casa, se me caía algo, llamaba a mi hermano pequeño para que lo recogiera, siempre, a cambio, de una amenazante mano abierta y, si  no estaba, se podía quedar el objeto en el suelo por secula seculorum.
Esta humillación, la aguantaba con resignación a cambio de lo que más me gustaba: disparar. La experiencia más emocionante fue, sin duda,  cuando cogí  el Cetme y pegué el primer tiro. La fuerza del retroceso me tiró hacía atrás y el sonido de la explosión me dejó sordo durante horas. Un porro no me hubiera dejado más colgado. Me convertí en un fanático del fusil. Llegué a no tener rival. Bailaba con él y, todos, se tiraban a tierra  asustados soltando improperios imposibles de reproducir. Ni John Wayne  hubiera osado ponerse frente a mí. Mi puntería era rápida y extraordinaria.
Dos palabras podrían definir como me sentía: feliz y realizado.
Pasaron los meses y mi aspecto físico fue cambiando. Estaba musculoso, me dejé tatuar, en el brazo, el Cristo de la Buena Suerte, y cantaba con orgullo la canción “Soy el novio de la muerte”. Realizaba con perfección absoluta los 160 pasos, por minuto de cadencia, que caracteriza el paso del legionario y leí dos libros; mi camino a un ascenso parecía cosa hecha. Todo iba sobre ruedas y contaba los días para desfilar en Octubre ante el rey y ante mi madre. Sin embargo, un hecho terrible desmoronó todos mis planes. Aún me embarga la tristeza al recordar los hechos.
Quince días faltaban para viajar a Madrid y cumplir mi sueño. Estaba yo divagando, con ese momento, mientras hacía guardia. Mi garita era mi reino. De repente, algo me sacó de mis ensoñaciones. Escuché un sonido en las inmediaciones. La noche era oscura y no se  veía nada. Grité:
- ¿Quién va?
Silencio.
Agucé el oído y, no transcurrieron ni tres minutos, cuando, de nuevo, oí unos crujidos amenazantes…mis pelos se erizaron. Grité con más fuerza:
- ¿Quién va?
Más silencio
Mi tensión iba en aumento. Según el protocolo, al tercer aviso sin respuesta, tenía que disparar. Lo que parecían  unos pasos sonaron, esta vez, más cerca de donde yo me encontraba. Mi voz se transformó en un alarido
- ¿Quién va?
No recibí contestación. Agarré con fuerza el Cetme, me concentré y disparé sin contemplaciones.
Los demás compañeros de guardia y algunos oficiales, alertados por la detonación, acudieron a mi lado. Estaba en shock.
Repuestos de la sorpresa, se tomaron rápidas decisiones.  Unos  deberían quedarse en la garita, vigilando, por si hubiera errado el tiro. Yo, por mi parte, acompañaría a mis superiores, a inspeccionar el lugar hacía donde disparé. La tensión flotaba en el ambiente. Cuando llegamos, me quedé sin palabras, porque en el suelo, yacía muerta, Manteca,  nuestra mascota, ¡la cabra!; ¿la cabra?,¡¡la puta de la cabra!!
Recordé, de repente, que había un perímetro por el que ella deambulaba plácidamente...Los nervios, la tensión del momento, no me dejaron pensar con  claridad. Observé al sargento. No puedo describir su cara, sus ojos salían de las órbitas y me miraba con odio atroz. Se desmoronó y entre sollozos me recriminó:
-¡Imbécil! ¡Has matado lo más sagrado! ¡Dios mío!  ¡Manteca! Y se derrumbó sobre ella.
Sí, suponen bien. Me arrestaron durante una temporada y no fui al desfile. La cabra tampoco y fue enterrada con todos los honores, al tiempo que emitieron un comunicado en el que, alegando motivos personales, disculpaban la ausencia de nuestra mascota en un día tan señalado. Claro, no daba tiempo de entrenar a nuestro carnero, Manolo, que en plena adolescencia no se hacía carrera de él.
Cuando me liberaron, me invitaron muy amablemente a abandonar el cuartel. Por lo visto, también celebraron una fiesta de despedida similar a la que tiempo atrás hicieron en mi casa. Tampoco participé en ella.

Hoy, después de varios años, estoy  tumbado en el sofá viendo cómo desfilan mis compañeros, con ese paso ligero que tanto me enamoró, presididos por nuestra mascota: la cabra, que hace que mi madre, llore de emoción, en un rincón del salón.  


LA DECISIÓN DE VIVIR.


  Lo que no mata engorda. Gran falacia. No estoy muerto pero soy un esqueleto. No vivo, sólo respiro. Un gran error al elegir esta alternativa al castigo que en un principio me habían impuesto. Aún recuerdo las palabras del juez: Se le ha condenado a la pena de muerte... pero le vamos a dar una alternativa a este castigo. Vivir comiendo todos los días el mismo alimento. Cuando escuché estas palabras, miré a mi abogado y sonreí:
-¿Es una broma, verdad?
-No, no lo es, James. Debes elegir.
-¿Elegir? Lo tengo claro, vivir, lo que me den de comer será secundario.
- Va a ser duro y acabarás muriendo.
- ¡Cómo se nota que no estás en mi lugar! Además, todos nos enfrentaremos con la muerte, pero cuanto más tarde mejor ¿no es cierto?
Recuerdo sus ojos mirándome con sorna y sin ningún ápice de piedad. ¿Mi abogado? No. Más bien se había convertido en mi fiscal.

Desde entonces han pasado tres años. Tres largos años paseando como un lobo enjaulado en una celda de tres metros de ancho por seis de largo.  Una cama, un inodoro y un lavabo son los únicos elementos que decoran mi hogar.  Apenas entra la luz por una ventana enrejada y nunca, nunca, salgo al patio exterior como los otros presos.  No tengo contacto con ninguna persona, ni siquiera con el celador que me trae mi comida. Me la entrega a través de una pequeña rendija que hay en la parte inferior de la puerta. Es diminuta, tanto como el alimento que ingiero: un aguacate. Uno para el desayuno, dos para la comida, uno para la cena. Al menos, me lo dan troceado. Todo un detalle.

Esta eternidad en la que paso mis días se rompe una vez al mes cuando un médico viene a verme para extraerme sangre y hacerme unas cuantas preguntas. Ni siquiera sé su nombre. No responde nada que no sea estrictamente de su competencia. Es el único momento de felicidad de que dispongo. Mi soledad me abandona por unos minutos.

El comienzo de mi encierro no fue tan malo. Estaba fuerte. Caminaba sin parar de un lado a otro. Hasta me parecía amplío el espacio en el que me movía. Sin embargo, ahora...no tengo fuerzas. La cama se ha convertido en mi segunda piel. La debilidad arrastra mi cuerpo a un duermevela permanente. A veces, cuando las fuerzas vuelven, soy capaz de coger el aguacate que me ofrecen.  Otras, lo miro de reojo tirado en el suelo y le hablo. Parece escucharme. Sí, estoy seguro que lo hace. Parece moverse. Se acerca a mí despacito. Escala hasta mi cuerpo y entra en mi boca.

Todo es de color verde. Alucino. No me acuerdo de las palabras. Quiero gritar y mi voz se ha quedado muda. Sólo quiero morir, pero lo que no mata, engorda.


LA  ANTÍTESIS


   Soy Tatiana Otzoup, sólo tenía seis años cuando, mi padrino, Albert Goering nos ayudó a escapar del horror nazi. Somos judíos y mis padres y él eran muy amigos. Nos consiguió documentos falsos y pudimos huir de aquel infierno.
Soy periodista y escritora y he vuelto a mi país, después de tantos años, con la intención de ver y entrevistar a aquel hombre que salvó nuestras vidas.
Quedamos en vernos en un pequeño y  viejo apartamento en Berlín que tiene alquilado desde que el gobierno le concedió una pensión de 82 marcos alemanes por edad avanzada y desempleo. Nuestro reencuentro es triste. Somos dos desconocidos unidos por el pasado. Me sonríe y me da dos besos. Nos sentamos uno al lado del otro mientras me sostiene la mano…
- Mi pequeña Tatiana,  ¡estás hecha toda una mujer! ¡Qué alegría me da volver a verte! Hace ya tantos años de nuestra despedida. Todo ha cambiado tanto…
Sus ojos muestran el sufrimiento de muchos años marcados por el alcoholismo y la depresión pero, sin embargo, visualizan el alma de un hombre bueno.
-Albert, si no te encuentras cómodo removiendo el pasado, lo entiendo. No hace falta…
-Shuss, Schuss, tú tranquila, el padrino puede con todo. ¿Cómo están tus padres? Sé por sus cartas que los americanos se portan bien con ellos…
-Sí, aunque al principio fue difícil comenzar de cero ahora están felices.  La sastrería va bien aunque ya están pensando en retirarse. Están cansados.
-Nos hacemos viejos, Tatiana…nos hacemos viejos. Así es la vida. ¿Qué te parece si preparo un café y hablamos de lo que quieras?
Mientras escucho sus pasos en la cocina miro por la ventana y observo como cae la tarde. Es un día frío y el cielo plomizo obscurece más la habitación lúgubre. Los libros están desparramados por el suelo. Un orden caótico gobierna la estancia. Albert se acerca con una bandeja con dos tazas y un plato con un bizcocho muy apetitoso.
-Tatiana, espero que te guste. Lo ha hecho mi casera. Se porta muy bien conmigo. Una buena mujer.
Cojo un pedazo mientras él mira como me lo como. Está expectante como un niño
-Albert, buenísimo…Felicítala de mi parte.
Sonríe y apoya su espalda en el sofá. Cierra los ojos y comienza a hablar.

La última vez que vi a mi hermano Hermann fue en 1945 en una cárcel de Augsburgo. Nos dimos un gran abrazo. Aún recuerdo lo que me dijo: “Siento mucho, Albert, que seas tú quien tengas que sufrir por mí. Pronto te soltarán. Ocúpate de mi mujer y de mi hija. ¡Que te vaya bien!  Un año después, yo seguía en la cárcel cuando me comunicaron que él se había suicidado. Lloré por él, por mí, por los dos.
Nuestra infancia transcurrió en Veldestein, en las proximidades de Nuremberg, en un castillo medieval propiedad de nuestro padrino, el doctor, Albert Epenstein. En realidad, era mi padre biológico pero este aspecto de mi vida siempre se me ocultó hasta que fui adulto. Mi padre oficial vivió siempre alejado de nosotros ya que su carrera diplomática no le permitía vivir en Alemania. Yo soy el pequeño de cinco hermanos y el más introvertido. Mi hermano Hermann tenía un espíritu rebelde y belicoso. Era mi mayor protector. Siempre que yo me metía en líos ahí estaba él para defenderme. Él siempre me decía: Albert, eres la antítesis de mí mismo… y llevaba razón porque cuando empezamos a crecer, él comenzó a interesarse por la política, el ejército, le gustaban las multitudes, la compañía de gente. Sin embargo, yo me refugiaba en la soledad de mi habitación y en mis libros. Nada más podía llamar mi atención. Estas características tan opuestas nos fueron separando cada vez más y más…

Cuando terminó la Gran guerra  me matriculé en la Universidad Técnica de Munich para estudiar ingeniería mecánica. En aquellos años, conviví con muchos estudiantes que años más tarde fueron miembros importantes del partido nazi. Yo los observaba con detenimiento pero preferí no mezclarme con ellos; me asustaban sus ideas radicales. Entretanto, mi hermano, que fue el jefe del más famoso grupo de caza alemán se había convertido en un héroe. Apuesto, valiente, se sentía un Dios. Sin embargo, cuando se firmó el Tratado de Versalles, se sintió estafado, humillado. Yo le quitaba importancia al asunto, le animaba a que hiciera cosas pero él estaba rabioso y perdido. Comenzó a frecuentar las cervecerías más populares de Munich donde se escuchaban discursos beligerantes contra el régimen de Weimar. Uno de los oradores que le hipnotizó fue Hittler, el maldito Hittler, el diabólico Hittler. Le seguía como un cordero a su pastor. Quiso hacer méritos ante él y participó en el Putsch de 1923; un intento de golpe de estado que salió mal. Mi hermano recibió heridas de balas en la ingle y en la cadera. Los dolores que sufría le hicieron adicto a la morfina y perdió la cabeza. Incluso, tuvo que ser ingresado para una institución para enfermos mentales. Yo fui a visitarle pero mi hermano ya estaba unido a ese cerdo de Hittler…eso nos distanció durante doce años. No nos enfadamos aunque bien es verdad que yo no entendía cómo podía formar parte de ese partido lleno de locos.
- Tuvo que ser duro para ti no ver a tu hermano…
- Nunca dejamos de vernos. En las reuniones familiares estábamos juntos, charlábamos, paseábamos. No sé lo que sucedía…era como si dentro de nuestro refugio todo lo demás dejara de existir por un momento. Mi ira y pena desaparecían. No obstante, el tema político nunca lo tocábamos. Era algo de lo que nunca hablamos. Sólo una vez, cuando nos despedíamos me dijo: 
"La Gestapo te ha odio hablar mal de Hittler y del partido nazi. Ándate con cuidado."
-Tú no le hiciste caso…
-No, es más, cuando vi la primera cruz gamada, comencé a desplegar una actividad frenética por conseguir visados de salida a mis amigos judios. Una vez, lo recuerdo, como si fuera hoy, iba paseando por la calle y me espanté cuando unos soldados de las SS se burlaban de una anciana a la que habían colgado un cártel con la inscripción “soy una cerda judía” y que estaban exhibiendo en el escaparate de la tienda de su hijo. Era tan obsceno todo aquello que entré y quité el cartel a aquella pobre mujer. Un oficial armado intentó cerrarme el paso pero yo le enseñé mi carnet de identidad y palideció. Sí, era el hermano de Hermann Goering, el número dos de Hittler. Me llevé a la anciana y los soldados se fueron de allí. No entendían nada.
- ¿Tu hermano se enteró de aquello?
- Sí, de aquello y de mucho más. Pese a todo, siempre recordó a la Gestapo que los miembros de su familia eran intocables. De hecho, estuve en la cárcel en algunas ocasiones, pero mi estancia era breve. Este respaldo lo supe aprovechar para seguir luchando contra aquella crueldad que estábamos viviendo.
- ¿Pero te fuiste de Alemania?
- Sí,  mi hermano se enteró que me iban a enviar al campo de concentración de Mauthassen pero intervino y aprovechando que yo tenía conocimientos como industrial me envió a Praga a trabajar como director de Exportaciones en Skoda, una fábrica de armas. Allí conocí a mucha gente. A veces, venían oficiales alemanes a visitarme para conocer cómo iba la producción y mi mayor placer era negarles el saludo nazi. Estaba tan enfurecido con toda esa situación que llegué a mirar a otro lado cuando los trabajadores ralentizaban su trabajo para acabar más tarde los pedidos realizados por las SS.
En esa época conocí a mi esposa Mila con quién tuve una hija, Elisabeth…
 En ese momento, la cabeza de Albert giró hacía un retrato que había en la cómoda. La imagen de una niña abrazada a él llenó la sala de un silencio triste y prolongado. No quise interrumpir el momento. Albert, se quitó con la mano, una lágrima y continuó…
-Durante esos años, sé que fui un poco soberbio creyéndome fuerte por el respaldo de mi hermano. Hacía todo lo contrario de lo que él ordenada. Yo no soportaba ver cómo la gente que durante tanto tiempo había estado con nosotros, fueran repudiados por el simple hecho de ser judíos, comunistas enemigos del régimen. Era un fanatismo tan absurdo que yo no podía apoyarlo. Luché con los medios de los que disponía para salvar vidas. La mayor locura que hice fue en 1944. Fui al campo de concentración de Theresienstadt. Sabía que allí estaban muriendo muchos prisioneros por lo que me presenté allí y dije: Soy Albert Goering, de Skoda. Necesito trabajadores. Llené un camión de prisioneros. El jefe del campo no planteó ningún problema, claro estaba ante el hermano de Hermman. Nada podía hacerle dudar de mis pretensiones. Recuerdo que llené un camión de chicos que yo mismo iba eligiendo. Salimos de allí y los llevé al bosque y los liberé. Los muchachos me miraban asombrados y llorando fueron corriendo hacía la libertad. Aquella vez el mismísimo Himmler fue a por mí pero, una vez más, mi hermano lo dejó todo para salvarme. Eso sí, me dijo que era la última vez que me podía ayudar porque su posición se estaba tambaleando.
En Mayo de 1945 el Reich cayó definitivamente y las autoridades de Checoslovaquia me detuvieron aunque por poco tiempo. Más tarde fui llamado por las autoridades de la Ocupación Aliada en Alemania para ser juzgado en Núremberg.  Tanto en el juicio Juicio de Oswald Pohl, como en el de  IG Farben, fui absuelto. Muchos amigos, a los que había ayudado a escapar de la Gestapo y las S  testificaron a mi favor y fué absuelto.
-¿Absuelto? Yo creía que habías estado dos años en la cárcel.
- Y no estás equivocada. En Praga fuí declarado culpable por haber obtenido una ganancia de 7.000 Reichsmarks en la fábrica Skoda con mano de obra esclavizada. Finalmente, muchos empleados de la fábrica y miembros de la resistencia checa declararon a mi favor y en 1947 salí de la cárcel.
-¿Qué hiciste entonces?
-Me reuní con mi mujer y mi hija en Salzburgo, pero, si antes el apellido Goering me había ayudado a salvar vidas, en ese momento se convirtió en un lastre. Las autoridades confiscaron todas las propiedades de la familia. Nadie quería darme trabajo. Me desmoroné y caí en una depresión y busqué refugio en el alcohol. Mi mujer me pidió el divorcio y junto con mi hija se marchó a Perú.
-¿No pensaste en cambiar de apellido?
- No. Jamás me planteé renunciar a ser un Goering.
- ¿Y de tu hija volviste a saber algo?
- Sí, recibí cartas de ellas durante algunos años. Nunca contesté. Quería que me olvidara, que me odiara. Otra víctima de mi apellido. No. Allí, lejos, estaría a salvo sin ninguna relación con el dolor. Creo que me equivoqué. Posiblemente, mi silencio la hizo sufrir igualmente. Pero, en fin, ya no hay remedio. Tampoco pude ocuparme de la hija y mujer de Hermman. Creo que huyeron a Sudamérica pero no estoy seguro.
 Volvió el silencio. La noche nos había sorprendido mientras él rememoraba aquellos años.  Estuvimos juntos un par de semanas y luego yo volví a Nueva York. Aún recuerdo su abrazo de despedida, tierno y sincero.
Unos meses después recibí una carta de su casera anunciándome que Albert había fallecido. Me contó que se habían casado, unos pocos días antes de su muerte, para que ella pudiera disfrutar de la pensión que el gobierno le otorgaba. Sonreí. Generoso hasta el final.
Sus restos descansan en el panteón de la familia Goering en Munich. Su hermano Hermann no está con él. Como criminal de guerra, sus cenizas fueron arrojadas a un canal de la misma ciudad.
 El lema de la familia era “No somos de los que se rinden sino de los que creen”. Quizás, el único que hizo honor a esta  frase fue Albert y a través de esta historia he querido rescatarlo del olvido y de la historia de Hermman.

 




LIBERTAD AZUL



  La habitación del hotel miraba al mar. Ella estaba conmigo. Evocaba el amor en color azul. Sus ojos observaban el mundo a través de mi piel. Mi mano acariciaba su cara con deleite. Lloraba. Deseaba ser libre como las olas que contemplábamos desde la ventana. La noche nos atrapó en la bañera. Jugábamos en la obscuridad a conquistar el placer. La felicidad no parecía tener fin pero los primeros rayos de sol desdibujaron mi fantasía. El agua se había convertido en tinta y yo me había quedado sin tatuaje. Me sentía muy solo.


MENTIRAS DE AMOR

INES


  Le observo desde la distancia. Tras la pantalla del ordenador me escondo para que no me vea llorar. ¿Qué nos ha pasado? ¿Y todavía me lo pregunto? Soy una estúpida. ¿Cómo he podido estar tan ciega durante todo este tiempo? ¿Por qué hablo en pasado? Ahí está él, sonriendo, pavoneándose y yo sufriendo como una masoquista. Porque sí, eso es lo que soy. Me gusta sufrir, que me vapuleen, que me desprecien y eso él lo hace muy bien. Se jacta de ser el único capaz de sacarme de quicio. Y, realmente, es así. De hecho, con su diabólico plan, es lo que está haciendo desde hace  más de un año. Busca compañías que él antes despreciaba y sabe que yo odio. Por ejemplo, la bruja esa con cara avinagrada que se cree por encima del bien y del mal. Una mujer mala. La miras a la cara y te intoxicas. Sin embargo, ahí está él riéndole las gracias. Es curioso, conmigo es con la única que ejerce su poder. Con las demás, es un perrito faldero. Quizás esa sea la cuestión; soy la única a la que puede fustigar. ¿Por qué? Simplemente, porque es un niño mimado, acomplejado, emocionalmente inestable, inseguro. Conmigo adquiere poder, se eleva de su fango y me arrastra a mí con él. Ahora que nuestra relación, si es que la ha habido, está en punto muerto lo sigue haciendo. Me ha utilizado. Nunca lo quise reconocer pero así es. Jamás me quiso pero es una araña que me tiene atrapada en su tela. Me pegué a ella hace veinte años y aún estoy prisionera esperando pasivamente a que me termine de desmembrar. Es un juego peligroso que está mermando mi salud mental. Mi locura va a más. Sí, es eso, estoy perdiendo el juicio porque es lo único que puede justificar que siga soñando con él. En mi mundo onírico, me besa, me pide perdón, me dice que me quiere. ¡Mi subconsciente me juega malas pasadas! Luego, me despierto y me enfrento al mundo real. Ni me besa, ni me pide perdón, ni me quiere. Aunque hubo un momento en el que estuvo a punto de besarme y sí, yo pensé que me quería y sí, estuvo a punto de pedirme perdón, y no, no estaba soñando. Mis ojos y los suyos se acariciaban, se hablaban, se reían. Nuestras manos se buscaban fugazmente para sentir el tacto de nuestra piel. Huían asustadas de lo que ese gesto les hacía sentir. Estoy segura que eso sucedió antes que se contaminara nuestro oculto amor. Porque era amor. Sí, porque entonces ¿qué motivo tenía para decirme que cuando dejáramos de vernos me tenía que contar algo muy importante? Tu tema pendiente, como me gustaba decirle con ironía y al que me aferraba como un náufrago a su salvavidas. Me imaginaba que me descubría el amor que había sentido por mí. Fantasías de niña tonta. Porque quizás, ese tema pendiente,  sólo fuera un hilo como el que le dio Ariadna a Teseo para ayudarle a salir de la cueva donde se encontraba el Minotauro, aunque en mi caso era para fortalecerme en ella. Un hilo que destruye y ciega aunque no como antes.  Llevo  un año sin pedirle perdón. En esta ocasión, fue especialmente duro y despectivo. Es él quién me debe esas disculpas, aunque nunca lo hará. De eso estoy segura. Nos hemos introducido en un laberinto que no tiene salida por mucho hilo que nos ate. Quizás sea que soy más libre porque Jorge me está ayudando a ello. Me hace sentir una mujer inteligente, valiosa y respetada. Soy feliz. ¿Entonces por qué estoy llorando? Por la pérdida. Sí, esa es la razón. Además, si lo pienso detenidamente, ¿qué futuro hubiera tenido con él? No tenemos nada en común. No le gusta leer, ni viajar, ni visitar museos, ni vivir. Es un homo intrascendente que sólo busca acumular dinero y fastidiar a los demás. Es un depredador. No debo quererle, no debo quererle, no debo quererle. Ni siquiera como amigo. Siento que estoy abandonando el laberinto porque la salida la siento cada vez más cerca. Su poder sobre mí se está esfumando. No vale la pena llorar por él. Inés, seca las lágrimas y sonríe. Tienes toda una vida por delante de felicidad.

MARTIN


  Se cree que no le veo pero está llorando. Me gusta. Disfruto con su dolor. Se lo tiene bien merecido. En los últimos años se ha ido separando de mí y yo, acostumbrado a su devoción, no lo puedo permitir. ¡Cómo me gusta hacerla sufrir! Y ahora más, cuando sé que estoy a punto de perderle. Yo siempre he buscado a la gente por interés. Ahora mismo estoy riéndome con Lourdes porque sé que eso a ella la está alterando. No la aguanta. La verdad es que yo tampoco pero he de reconocer que los negocios, son los negocios. Me es útil.  Mírala, está escondiéndose detrás de la pantalla para que no la vea. Todavía no sabe que no soy tan inocente como ella. Soy el único que la sabe sacar de quicio. Acostumbrada a vivir con un hombre que la maltrataba, ha sido fácil. Yo le doy ciertas dosis de cariño, de ayuda y cuando la tengo atrapada en mi tela de araña… ¡zas!, la abandono y la desprecio durante una temporada. Cuando me vuelvo a acercar mimoso y cándido ella me recoge con los brazos abiertos. Siempre jugando con fuego pero me temo que ya me estoy quemando y ella no quiere hacerlo conmigo. Porque si  soy sincero, yo estuve enamorado de ella o lo sigo estando. Un día, olvidándome de todo,  estuve a punto de besarle, de abrazarla…y no lo hice. Luego, cuando ya fue tarde y comenzó su relación con la pareja que ahora tiene, la rabia me destrozó por dentro y se me ocurrió la idea de aferrarla a mí de manera sibilina. Si yo le mencionaba que tenía algo pendiente que contarla pero que no lo podía hacer hasta que dejara de verla…caería en la trampa. Aunque, yo también me enredé en ella. Mis miedos no me han permitido ser feliz, porque si desde el principio, le hubiera dicho que la quería ahora, quizás, estaríamos juntos. Todo sería diferente. Su relación me descolocó, jamás pensé que se iba a desprender de mí pero lo hizo, lo hace minuto a minuto. Luego, entró mi vida otra mujer que fue mi salida a esa desilusión y entonces, sentí que ella volvía a mí.  Sentí su tristeza, sus celos y la relación continuó con su bucle inicial. Mi último ataque ha sido nefasto. Reconozco que la denigré, la desprecié como nunca antes lo había hecho. Como siempre, pensé que era sólo cuestión de días, o, incluso meses,  que no pudiera resistir mi silencio pero, me temo que, la he subestimado. Un año ya ha pasado sin que me haya pedido perdón porque, aunque ella no fuera la culpable de la situación elaborada maquiavélicamente por mí, la quería hacer sentir culpable. Antes, no podía soportar vivir sin mí, sin ese hilo que la tenía atrapada en mi maravillosa tela de araña. Ante esta adversidad, estoy cambiando de estrategia y muy sutilmente, me muestro interesado en algo que la preocupe para que baje la guardia emocional pero no reacciona. Se está convirtiendo en una mujer libre gracias a él. Esa es la razón por la que la hago llorar…para que me quiera. En una ocasión  me dijo que cuanto más enfadada estaba conmigo más me necesitaba… ¡Siempre tan sincera! Ella nunca, nunca, nunca lo sabrá pero tengo el corazón destrozado. A veces, la miro de soslayo y siento aquella sonrisa tierna con la que yo soñaba. Ya no es para mí. Es para él.  He sido un estúpido. He perdido tantas oportunidades…jamás dejaré de quererla pero eso sólo lo sabré yo…sobre todo cuando sonríe, como lo está haciendo ahora. Inés…

LOS SUEÑOS PERDIDOS

   Esta carta es un grito de auxilio. Mi nombre es Blessing y tengo 18 años. Fui secuestrada por el grupo terrorista Boko Haram.  No fui la única, mis compañeras de colegio corrieron  la misma suerte.
Vivía en Borno una localidad al norte de Nigeria que llevaba mucho tiempo en estado de excepción por culpa de las acciones violentas de este grupo radical islámista. Los colegios estaban cerrados por el estado de emergencia en el que nos encontrábamos pero era época de exámenes y mi internado nos abrió las puertas para prepararlos.  Me encanta estudiar y estaba poniendo mucho empeño en aprobar todas las asignaturas para conseguir un futuro mejor que el de mis padres.  Pero ya nada será igual desde esa maldita madrugada del 14 de Abril. Mi vida se ha truncado para siempre.
Aquella noche no me despertó el sonido del viento sino el del golpe de una culata en mi cadera. Un hombre alto me levantó de la cama y apenas me dio tiempo a reaccionar. Con empujones y golpes nos hicieron subir a mí a y mis compañeras en camiones destartalados, llenos de provisiones y petróleo. El desconcierto era general. Llorábamos, gritábamos pero ninguno de los profesores que se encontraban en el internado parecía escuchar nada. Temimos que los hubieran matado.
La noche nos engulló. Mi amiga Aisha me cogió de la mano con desespero mientras rezaba. Un grupo de motoristas flanqueaban el convoy para asegurarse que no nos escapáramos. La fortuna se alió con algunas de mis compañeras. Uno de los camiones se averió y tuvimos que parar. Distribuyeron a las chicas que iban en él al resto de vehículos y, se dispusieron a prenderle fuego sin intentar arreglarlo. Mientras, pude observar como algunas sombras corrían a esconderse entre los arbustos. Huían. En mi fuero interno yo gritaba: corred, corred y pedid ayuda… Conocía el ideario de este grupo y el papel que otorgaban a las mujeres en su sociedad: unas simples esclavas que tenían que satisfacer los deseos de sus dueños. Ellas serían nuestra salvación cuando dieran la voz de alarma. Suspiré aliviada cuando dejé de verlas. Esos bárbaros, afortunadamente, no se habían dado cuenta de nada.
Dejamos atrás un rastro de llamas y continuamos la marcha atravesando aldeas dormidas. El camino era tortuoso y abrupto. El miedo, intenso. El silencio terrorífico.
Cuando el sol aparecía en el horizonte, llegamos a nuestro destino. Estábamos en el bosque de Sambisa, el campamento base del grupo. Descendimos del camión entre gritos y latigazos. Nos fueron agrupando de veinte en veinte y distribuyendo en cabañas sucias y malolientes, hacinadas y sin apenas espacio para respirar.
Los días se sucedían y nos convertimos en las siervas de esos salvajes. Trabajábamos sin descanso. Recogíamos ramas del bosque, íbamos al arroyo más cercano a recoger agua con unas tinajas que pesaban más que nosotras, cocinábamos, limpiábamos sus excrementos y siempre, siempre, con un fusil apuntándonos a la espalda. Humillada, sucia, asustada y triste comencé  a perder la esperanza de que nos encontraran. Creía que el ejército nos iba a liberar de inmediato pero me equivoqué. Mi desolación aumentó cuando, un día, una serpiente entró en nuestra choza y picó a mi compañera Aisha. El veneno penetró en ella y a las pocas horas murió con terribles dolores.  Jamás olvidaré la última mirada que me dedicó. Me ofrecía sus sueños, esos que le habían sido robados. Lloraba mientras le abrazaba pero, esos animales me la  arrebataron  y la tiraron como si fuera basura a una poza llena de estiércol.
¡Malditos! ¡Cerdos! – les grité. Ellos se rieron y utilizaron sus látigos contra mí. Mi carne sangraba pero no sentía dolor. Sólo rabia, una rabia infinita.
Una mañana, de nuevo, la rutina se rompió. Los soldados comenzaron a gritarnos exaltados y fuera de sí. Nos reunieron en círculo y comenzaron a despojarnos, brutalmente,  del harapiento camisón con el que salimos del internado. Cubos de agua que arrojaban en nuestros cuerpos ayudaban a quitar la mugre que habíamos acumulado. Abochornadas, nos hicieron bailar desnudas mientras las risotadas acompañaban esa danza cruel. Cuando se cansaron, lanzaron vestidos multicolores para que volviéramos a vestirnos. Sentí un mal presagio. Acerté, porque poco después,  ataron nuestras manos y nos alejamos del campamento. Caminamos horas por la espesura del bosque  hasta llegar al lago Chad. Lo reconocí de inmediato. Una vez, cuando era pequeña, mi familia hizo una excursión hasta allí. Me derrumbé. Lloré y lloré... No aguantaba más esa tensión. Tampoco mi guardián porque un puñetazo me dejó sin sentido. Cuando lo recobré, me dolía la cara. Sentía palpitar mi mejilla izquierda. El golpe había sido brutal. A medida que iba tomando conciencia observé que estaba en una canoa. Pregunté sigilosamente a mis compañeras de embarcación nuestro destino y ellas negaron con las cabezas sumisas y perdidas. El calor era insoportable. Los insectos volaban a nuestro alrededor. Tenía sed. Mucho sueño y acabé durmiéndome. Un rudo zarandeo me devolvió al mundo real.  Habíamos llegado.
Estábamos en la zona fronteriza con Camerún, Se acabó, pensé. Ya nunca seríamos rescatadas por nuestro ejército, jamás se aventurarían a entrar en territorio extranjero para salvarnos.
- ¡Eh tú! – me espetaron. ¿Eres cristiana o musulmana?
- Cristiana.
-Ven aquí.
Rodeada de lo que parecían milicianos, me subastaron, como una mercancía…Adcha pagó por mí 2000 francos, al cambio 12 dólares. Valía unos míseros 12 dólares para esa gentuza.
-Chica, soy Adha. Te convertirás al Islam y te casarás conmigo.
-¡Yo no me quiero casar!
-¡Cállate, maldita! Tú no decides. No eres nada. Y, a la vez que me escupía, abofeteaba, mi mejilla herida.
Adha tiene treinta años y es un hombre radical y malo. Desde el primer día que llegué a su casa, me maltrata, me viola. No le puedo mirar a los ojos. No me deja salir a la calla. Soy su rehén. Pero, a veces. huyo...como en este momento. Cuando duerme, sigilosamente, escribo. Viajo con las palabras. Si se enterara, me mataría.
Llevo dos años viviendo en un infierno y no puedo más;  es por eso que escribo esta carta de socorro. No sé siquiera si la podré enviar pero lo tengo que intentar. Aún lucho por mi libertad y por la del hijo que llevo en mis entrañas. A veces, pienso en mis padres, en mis hermanos, en mis sueños perdidos…en lo diferente que hubiera sido mi vida si nada de esto me hubiera sucedido…



domingo, 5 de junio de 2016


UNA BODA DE MUERTE

   Hoy me caso y mañana moriré. Es el deseo de la que será mi esposa y futura viuda.
¿Y cómo se producirá el óbito?: con veneno. Después de nuestra noche de bodas, al amanecer, ella me preparará un café con churros aderezado con un arsénico de gran calidad. Tras un pequeño dolor, que soportaré estoicamente, caeré fulminado al instante.
Estamos entusiasmados con la idea, sobre todo yo, porque sé que a ella le hace mucha ilusión. Siempre me ha dicho:
- Romeo… ¡cómo me gustaría ser viuda negra! ¡Es un deseo que tengo desde niña!
Y mientras expresa con emoción este sueño infantil, se le inundan los ojos de lágrimas…
¡Qué quieren que les diga! No puedo negar nada a mi Julieta.
Todo lo tenemos muy bien pensado. Llevamos organizando las dos ceremonias desde hace poco más de treinta años; prácticamente desde que nos conocimos. Aún recuerdo aquel momento…Eran días en los que dejábamos pasar el tiempo en la residencia de la tercera edad donde, nuestros hijos, nos depositaron una Nochebuena. Éramos un regalo para ellos y por eso, como si de cualquier Papá Noel se tratara, nos colocaron debajo de un árbol cercano al que hoy es nuestro hogar. La mañana de Navidad los auxiliares geriátricos salieron nerviosos y expectantes como niños. ¡Qué felicidad mostraban sus caras!. Nos desenvolvieron con impetuosidad y jugaron con nosotros hasta quedar exhaustos. Luego, nos dejaron en las habitaciones y hasta hoy. Todos los años, reciben el mismo regalo: unos viejitos con quienes divertirse. Sinceramente, es una costumbre realmente entrañable.
¿Por dónde iba? ¡Ahh sí! Les contaba cómo nos conocimos. Ciertamente, fue un flechazo literal. Yo estaba jugando al tiro con arco en el jardín cuando el parkinson me causó una mala pasada; al disparar la flecha, ésta se desvió y fue directamente al corazón de Julieta. Sufrió un síncope superlativo que la mantuvo en coma durante catorce años.  Al despertar, su única pretensión era identificar al causante de su incidencia coronaria y cuando entré en su habitación, nos miramos a los ojos y acordamos ser novios.
Siempre hemos mantenido una relación seria y formal. No han proliferado los besos ni los abrazos porque ambos consideramos que ya habría tiempo para melosidades en nuestra noche de bodas. Además, ella ambiciona ir virgen al matrimonio porque quiere que su vestido sea blanco virtuoso. Sus nueve hijos no comprenden que sea tan decente pero es que treinta años sin relaciones maritales dan el título de virginidad honorífica. Y, evidentemente, lo hemos conseguido porque dentro de dos horas, en la sala de baile, entrará blanca y radiante al compás de la música de Paquito el Chocolatero y yo…yo la miraré embelesado.
Mañana…mañana será diferente. Volverá a entrar en esa misma sala, de luto riguroso mientras suena la música de "Living la vida loca" y yo…yo estaré instalado en mi ataúd de abedul con el semblante que la circunstancia prescribe.
En fin. Me miro al espejo y la imagen me devuelve a un hombre guapo. Acabo de ponerme el traje para el rito nupcial. El que llevaré como mortaja está colgado de una percha. No quiero que se arrugue. Después de darle muchas vueltas, he decidido ponérmelo antes de tomarme el veneno porque quiero estar preparado cuando me llegue la muerte. Resultaría muy desagradable que me vistieran personas extrañas mientras luchan con mi rigor mortis. La clase y el estilo nunca se pueden perder.
Ufff!  Ya queda menos…los nervios ya están haciendo mella en mí. Después de ciento treinta años de vida, el morir me impone pero casarme….mucho, mucho, más. Este miedo es incongruente porque somos una pareja muy bien combinada. Hasta los nombres quedan bien: Julieta y Romeo. Pero eso sí, nosotros no estamos enamorados, eso se lo dejamos a los viejos. Lo nuestro es sólo atracción sexual y el pasodoble. Cuando bailamos, en medio de la pista, las chispas de cupido tocan la guitarra.
¿Quieren comprobarlo? Están todos invitados a las dos ceremonias. El único requisito que se precisa es llevar un bolsillo lleno de arroz, para la boda, y un brazalete negro para el funeral.
Para terminar les voy a hacer una confidencia: ¿saben cuál va a ser mi última voluntad?; dejar encinta de gemelos a Julieta. Rocambolesco, mi apellido y el de mis antepasados, no se perderá.
Ya está todo dicho por lo que ya pueden gritar:
-¡Vivan los novios hasta que la muerte los separe!




POR UNA CABEZA


  La nostalgia de aquel viaje me hizo elegir un restaurante argentino en Madrid para celebrar mis cincuenta cumpleaños. ¿Por qué lo hacía cuando, siempre, he considerado que la vida es una línea hacía arriba que empieza a declinar a partir de la edad que yo estaba a punto de traspasar? Porque, al menos, había trazado lo que era la mitad de mi vida, o porque soy una masoquista nata, o quizás, porque estaba obligada por los convencionalismos familiares.
Sea como fuere, allí estaba yo, rodeada de mi familia y amigos, evocando el sabor porteño que tan buenos recuerdos me traía. Me habían hablado muy bien de este local y el menú era, gastronómicamente hablando, el más fiel a mis recuerdos. Pero no sólo la comida, su ambiente te hacía viajar a la ciudad bonaerense en  cuanto entrabas en él. El sonido cálido del tango, las fotos que ofrecían imágenes del Barrio de la Boca, de la Avenida 9 de Julio, de Puerto Madero…Me retrotraía vívidamente al pasado. Puede ser que el dueño, hubiera pensado en eso cuando lo estaba decorando. Estar lejos y cerca de su país, ya que, según nos contó el camarero que nos atendía, nació y vivió en el barrio de Palermo hasta que llegó el golpe militar de 1976 y tuvo que huir antes de ser detenido. Llevaba en España desde entonces y aún no había vuelto. Muchos amigos habían desaparecido con la dictadura y ese dolor no le permitía regresar.
La historia, nos la relataba, mientras repartía la carta. Pareciera como si fuera el entrante principal de la misma. Seguidamente, Leonardo, que es así como se llamaba, nos sugería lo que podíamos comer…
De primero tenés: raviolis con turco, picada, empanada de carne y provoleta…
De segundo: Milanesa con papas fritas, choripán, empanada de carne y el plato estrella: nuestro asado con pimientos y papas a la parrilla que está rebueno…porque la carne argentina es especial. Con su dialéctica dulzona e infinita, nos convenció y el asado fue elegido por todos.
Estaba satisfecha. El ambiente era distendido y todos mis invitados parecían estar contentos con el lugar que había elegido para mi celebración. Siempre me ha preocupado la reacción de los demás ante mis decisiones y esta vez no iba a ser menos. Quería que todo saliera perfecto. Esas eran mis divagaciones cuando se hizo el silencio en el restaurante. Las conversaciones cesaron y sólo se escuchaba a Carlos Gardel evocando la vuelta a su tierra. Giré la cabeza hacía donde se dirigían las miradas de los comensales y allí estaba: Ricardo Darín. ¡No me lo podía creer! Iba acompañado de Javier Cámara, Luis Tosar y Eduard Fernández.  ¡Mis cuatro actores favoritos! Les situaron en una mesa que estaba a mi izquierda. Podía contemplarles sin tener que ser maleducada. Debe ser muy embarazoso sentirse observado. Yo nunca me acostumbraría a la popularidad. Tu vida en una permanente exposición.
Después del shock inicial hice esfuerzos por olvidar la presencia de esos hombres y volví a centrarme en mi papel de anfitriona. Lo estaba consiguiendo cuando sentí una mirada sobre mí. Una fuerza cuya atracción hizo que me moviera como un resorte hacía ella. Sus ojos grises y achinados me escrutaban  traviesos y con un punto de ironía. Mi corazón palpitaba con fuerza, y más, cuando se levantó y vino hacía mí
-Perdón, ¡buenas tardes!
-¡Buenas tardes!
-Disculpá… ¿esto es de vos?
Y cogiendo el foulard que se me había caído al suelo me lo entregó
-Sí, es mío…gracias, muy amable.
-Un placer.
Me sonrío y volvió a su mesa.
Todos me contemplaban con un puntito de sorna y yo…pletórica. ¡Vaya sorpresa!  ¡Sus huellas permanecerían para siempre conmigo! ¡Qué reacción tan infantil! Pero, siempre hay que mantener ese espíritu porque de lo contrario la vida sería tremendamente aburrida ¿No es cierto?
Llegados los postres, empecé a recibir regalos acompañada de los compases del consabido feliz cumpleaños que tanto pudor me provocaba.  Leonardo se acercó y dijo que la casa quería ofrecerme un detalle y, al instante, como salido de la nada, un hombre con su bandoneón, se plantó frente a mí, y comenzó  a interpretar mi tango favorito: “Por una cabeza”. El sonido melancólico envolvía el local. Me hallaba tan absorta y emocionada que no me percaté que Ricardo estaba a mi lado y con una sutileza extrema me cogió de la mano y poniéndome en pie comenzamos a bailar al ritmo que él imponía. Su respiración me acariciaba el cuello, su abrazo firme me giraba en torno a su cuerpo y mientras, me susurraba quedamente la letra en el oído. Estaba en una nube, el mundo se podía parar en ese momento que yo…
-Maribel ¿has terminado de escribir? Es la una y hemos quedado con la familia en el restaurante a las dos y media.
-¡Acabo enseguida!
-¡Vamos date prisa!
-Suspiré. Guardé el documento y desconecté la radio."Por una cabeza" de Gardel  sonaba en ese momento.
La realidad volvió a mí. Cumplo cincuenta años, y hay que celebrarlo...sin Ricardo Darín..