sábado, 4 de junio de 2016

EL LABERINTO DEL ESPEJO

  A menudo nos encontramos en un laberinto sin salida. No hay caminos inconexos por los que nos podamos mover y sortear el caos. La angustia nos invade. Nuestros soliloquios no nos acompañan.
Me llamo Cristal y no me sentía feliz. Es más, no me soportaba. Siempre me definía como una mujer débil, aburrida, triste y repulsiva. Todas las mañanas, al levantarme, me miraba al espejo e insultaba a la imagen que éste me devolvía.  Una rutina de años que se rompió una mañana repentinamente. Les voy a poner en situación; lunes, seis de la mañana, me dirijo al baño y  me dedico estas bonitas palabras:
-Eres una estúpida, gorda, inútil y fracasada. Me das asco. ¡Hueles hasta mal! ¡Deprisa! ¡Métete en la ducha y elimina ese olor fétido que sueltas!
El agua extrajo el olor nauseabundo que mi cuerpo emanaba. Limpia, ya, me volví a mirar en el espejo y… ¡sorpresa! No aparecía mi imagen. ¡No podía ser! Froté con mi mano el vaho que empañaba mi reflejo. Nada. No estaba. Me había perdido. Inopinadamente, mi otro yo comenzó a hablarme. Estaba, justo, detrás de mí.
-¡Estoy harta! ¡No puedo más! ¿Pero qué te has creído? ¡No voy a permitir que sigas insultándome! – me gritó alterada-
-Pero, pero, tú…tú
-Pero… tú… ¡qué vocabulario más reducido tienes! Cristal, no puedes continuar de esta manera.
-No entiendo nada ¿Cómo has salido de ahí dentro?
- De la misma manera que vas a entrar tú.
Y así, como por arte de magia, me quedé aprisionada en esas cuatro paredes rectangulares observando, asombrada, como ella, se vestía mientras tarareaba un canción.
-¡Escucha!, ¡sácame de aquí! Prometo que no volveré a insultarte.
-¿De verdad piensas que voy a creerte? Estás muy equivocada. Ahora soy libre y voy a aprovechar esta situación para vivir. ¿Entiendes? ¡Vivir!
Atónita, escuché el sonido de la puerta al cerrarse. Me había quedado sola. No podía ser. No tenía sentido lo que me estaba ocurrido. Seguro que era un sueño y, en cualquier momento, me iba a despertar. Abría y cerraba los ojos con el ánimo de regresar del mundo onírico en el que, seguro, estaba flotando. Pero no, todo era real. Busqué otra alternativa. Golpeé con todas mis fuerzas la lámina blanca,que tenía ante mí, hasta hacerme daño. Si la rompía, el hechizo se desharía. Pero… fue imposible. Mis fuerzas flaquearon y me dejé vencer. Como siempre.
Todo estaba al revés. El tiempo transcurría en el mundo exterior y permanecía inalterable en mi prisión, sin más novedad que las conversaciones que cada mañana, la otra Cristal mantenía conmigo:
-¡Ayer les dije tres verdades a tus compañeros! Pálidos se quedaron cuando dejé bien claro que se dirigieran a mí con educación. Siempre se están poniendo medallas a costa de su mala baba. ¡Qué personajes tan sibilinos! ¿Cómo podías aguantarles?
En otra ocasión, mientras maquillaba una cara que no reconocía, me anunció:
- Cristal, esta tarde va a ser inolvidable. ¿Te acuerdas de Alberto? Sí, ese chico que tanto te gustaba; voy a quedar con él.
-¡Ni se te ocurra!  ¡Es mío!
-¿Tuyo?  ¡Si ni siquiera le dirigías la palabra! Precisamente, ese era el motivo por el que no se atrevía a pedirte una cita. Conmigo ha sido diferente. Es un verdadero encanto. La verdad, he de admitir  que no tienes mal gusto. Esta noche no me esperes, querida. No vendré a dormir. Descansa y rumia.
Para colmo, mi desesperación aumentó, el día que tuvo  la maquiávelica idea de traerle a casa. Delante de mí, comenzaron a desnudarse. Ella me miró socarronamente  y comenzó a besarle, a acariciarle a… Sus suspiros y jadeos no me permitían respirar. Inmóvil, presenciaba como mis deseos se hacían realidad desde el reflejo de mi vida.
¡Quería salir de allí! Ella me estaba anulando. Su risa no la sentía. Su placer no lo disfrutaba. Actuaba desde mi inmovilidad. Moría enclaustrada en un simple eco de lo que podría haber sido y no fui. Vivía por mandato de la visión que me obligaba a permanecer alerta. Esa inanición me obligó a reflexionar. El reflejo era yo aunque lo percibiera tan diferente a mí. Tenía que asumirlo; amaba tanto al yo encarcelado que prefería mantenerme en él y abandonar a su merced al que volaba risueño y libre. No quería ser responsable de los buenos momentos, únicamente,  de los malos. Era una cobarde que no quería mirar de frente a la vida. Pero esa actitud llegaba a su fin. La decisión estaba tomada. Cuando mi imagen volviera la empezaría a querer, a abrazar, a  admirar y, sólo entonces, nos fundiríamos en una sola persona. Doble o nada, esa era la respuesta.
Aquel día, cuando ella llegó se acercó a mí. Me miró, la miré. Nos miramos.

Ahí estaba yo, frente al espejo. Había vuelto, aunque… ¿alguna vez había llegado a salir?

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