EL LABERINTO DEL ESPEJO
A menudo nos encontramos en un laberinto sin
salida. No hay caminos inconexos por los que nos podamos mover y sortear el
caos. La angustia nos invade. Nuestros soliloquios no nos acompañan.
Me
llamo Cristal y no me sentía feliz. Es más, no me soportaba. Siempre me definía
como una mujer débil, aburrida, triste y repulsiva. Todas las mañanas, al
levantarme, me miraba al espejo e insultaba a la imagen que éste me
devolvía. Una rutina de años que se
rompió una mañana repentinamente. Les voy a poner en situación; lunes, seis de
la mañana, me dirijo al baño y me dedico
estas bonitas palabras:
-Eres
una estúpida, gorda, inútil y fracasada. Me das asco. ¡Hueles hasta mal!
¡Deprisa! ¡Métete en la ducha y elimina ese olor fétido que sueltas!
El
agua extrajo el olor nauseabundo que mi cuerpo emanaba. Limpia, ya, me volví a
mirar en el espejo y… ¡sorpresa! No aparecía mi imagen. ¡No podía ser! Froté
con mi mano el vaho que empañaba mi reflejo. Nada. No estaba. Me había perdido.
Inopinadamente, mi otro yo comenzó a hablarme. Estaba, justo, detrás de mí.
-¡Estoy
harta! ¡No puedo más! ¿Pero qué te has creído? ¡No voy a permitir que sigas
insultándome! – me gritó alterada-
-Pero,
pero, tú…tú
-Pero…
tú… ¡qué vocabulario más reducido tienes! Cristal, no puedes continuar de esta
manera.
-No
entiendo nada ¿Cómo has salido de ahí dentro?
-
De la misma manera que vas a entrar tú.
Y
así, como por arte de magia, me quedé aprisionada en esas cuatro paredes
rectangulares observando, asombrada, como ella, se vestía mientras tarareaba un
canción.
-¡Escucha!,
¡sácame de aquí! Prometo que no volveré a insultarte.
-¿De
verdad piensas que voy a creerte? Estás muy equivocada. Ahora soy libre y voy a
aprovechar esta situación para vivir. ¿Entiendes? ¡Vivir!
Atónita,
escuché el sonido de la puerta al cerrarse. Me había quedado sola. No podía
ser. No tenía sentido lo que me estaba ocurrido. Seguro que era un sueño y, en
cualquier momento, me iba a despertar. Abría y cerraba los ojos con el ánimo de
regresar del mundo onírico en el que, seguro, estaba flotando. Pero no, todo
era real. Busqué otra alternativa. Golpeé con todas mis fuerzas la lámina
blanca,que tenía ante mí, hasta hacerme daño. Si la rompía, el hechizo se
desharía. Pero… fue imposible. Mis fuerzas flaquearon y me dejé vencer. Como
siempre.
Todo
estaba al revés. El tiempo transcurría en el mundo exterior y permanecía
inalterable en mi prisión, sin más novedad que las conversaciones que cada
mañana, la otra Cristal mantenía conmigo:
-¡Ayer
les dije tres verdades a tus compañeros! Pálidos se quedaron cuando dejé bien
claro que se dirigieran a mí con educación. Siempre se están poniendo medallas
a costa de su mala baba. ¡Qué personajes tan sibilinos! ¿Cómo podías
aguantarles?
En
otra ocasión, mientras maquillaba una cara que no reconocía, me anunció:
-
Cristal, esta tarde va a ser inolvidable. ¿Te acuerdas de Alberto? Sí, ese
chico que tanto te gustaba; voy a quedar con él.
-¡Ni
se te ocurra! ¡Es mío!
-¿Tuyo?
¡Si ni siquiera le dirigías la palabra! Precisamente,
ese era el motivo por el que no se atrevía a pedirte una cita. Conmigo ha sido
diferente. Es un verdadero encanto. La verdad, he de admitir que no tienes mal gusto. Esta noche no me
esperes, querida. No vendré a dormir. Descansa y rumia.
Para
colmo, mi desesperación aumentó, el día que tuvo la maquiávelica idea de traerle a casa.
Delante de mí, comenzaron a desnudarse. Ella me miró socarronamente y comenzó a besarle, a acariciarle a… Sus
suspiros y jadeos no me permitían respirar. Inmóvil, presenciaba como mis
deseos se hacían realidad desde el reflejo de mi vida.
¡Quería
salir de allí! Ella me estaba anulando. Su risa no la sentía. Su placer no lo
disfrutaba. Actuaba desde mi inmovilidad. Moría enclaustrada en un simple eco
de lo que podría haber sido y no fui. Vivía por mandato de la visión que me
obligaba a permanecer alerta. Esa inanición me obligó a reflexionar. El reflejo
era yo aunque lo percibiera tan diferente a mí. Tenía que asumirlo; amaba tanto
al yo encarcelado que prefería mantenerme en él y abandonar a su merced al que
volaba risueño y libre. No quería ser responsable de los buenos momentos,
únicamente, de los malos. Era una
cobarde que no quería mirar de frente a la vida. Pero esa actitud llegaba a su
fin. La decisión estaba tomada. Cuando mi imagen volviera la empezaría a
querer, a abrazar, a admirar y, sólo
entonces, nos fundiríamos en una sola persona. Doble o nada, esa era la
respuesta.
Aquel
día, cuando ella llegó se acercó a mí. Me miró, la miré. Nos miramos.
Ahí
estaba yo, frente al espejo. Había vuelto, aunque… ¿alguna vez había llegado a
salir?
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