POR
UNA CABEZA
La nostalgia de aquel
viaje me hizo elegir un restaurante argentino en Madrid para celebrar mis
cincuenta cumpleaños. ¿Por qué lo hacía cuando, siempre, he considerado que la
vida es una línea hacía arriba que empieza a declinar a partir de la edad que
yo estaba a punto de traspasar? Porque, al menos, había trazado lo que era la
mitad de mi vida, o porque soy una masoquista nata, o quizás, porque estaba obligada por los
convencionalismos familiares.
Sea como fuere, allí
estaba yo, rodeada de mi familia y amigos, evocando el sabor porteño que tan
buenos recuerdos me traía. Me habían hablado muy bien de este local y el menú
era, gastronómicamente hablando, el más fiel a mis recuerdos. Pero no sólo la
comida, su ambiente te hacía viajar a la ciudad bonaerense en cuanto entrabas en él. El sonido cálido del
tango, las fotos que ofrecían imágenes del Barrio de la Boca, de la Avenida 9
de Julio, de Puerto Madero…Me retrotraía vívidamente al pasado. Puede ser que
el dueño, hubiera pensado en eso cuando lo estaba decorando. Estar lejos y
cerca de su país, ya que, según nos contó el camarero que nos atendía, nació y
vivió en el barrio de Palermo hasta que llegó el golpe militar de 1976 y tuvo
que huir antes de ser detenido. Llevaba en España desde entonces y aún no había
vuelto. Muchos amigos habían desaparecido con la dictadura y ese dolor no le
permitía regresar.
La historia, nos la
relataba, mientras repartía la carta. Pareciera como si fuera el entrante
principal de la misma. Seguidamente, Leonardo, que es así como se llamaba, nos
sugería lo que podíamos comer…
De primero tenés: raviolis
con turco, picada, empanada de carne y provoleta…
De segundo: Milanesa
con papas fritas, choripán, empanada de carne y el plato estrella: nuestro
asado con pimientos y papas a la parrilla que está rebueno…porque la carne
argentina es especial. Con su dialéctica dulzona e infinita, nos convenció y el
asado fue elegido por todos.
Estaba satisfecha. El
ambiente era distendido y todos mis invitados parecían estar contentos con el
lugar que había elegido para mi celebración. Siempre me ha preocupado la
reacción de los demás ante mis decisiones y esta vez no iba a ser menos. Quería
que todo saliera perfecto. Esas eran mis divagaciones cuando se hizo el
silencio en el restaurante. Las conversaciones cesaron y sólo se escuchaba a
Carlos Gardel evocando la vuelta a su tierra. Giré la cabeza hacía donde se
dirigían las miradas de los comensales y allí estaba: Ricardo Darín. ¡No me lo
podía creer! Iba acompañado de Javier Cámara, Luis Tosar y Eduard
Fernández. ¡Mis cuatro actores
favoritos! Les situaron en una mesa que estaba a mi izquierda. Podía contemplarles
sin tener que ser maleducada. Debe ser muy embarazoso sentirse observado. Yo
nunca me acostumbraría a la popularidad. Tu vida en una permanente exposición.
Después del shock
inicial hice esfuerzos por olvidar la presencia de esos hombres y volví a
centrarme en mi papel de anfitriona. Lo estaba consiguiendo cuando sentí una
mirada sobre mí. Una fuerza cuya atracción hizo que me moviera como un resorte
hacía ella. Sus ojos grises y achinados me escrutaban traviesos y con un punto de ironía. Mi corazón
palpitaba con fuerza, y más, cuando se levantó y vino hacía mí
-Perdón, ¡buenas
tardes!
-¡Buenas tardes!
-Disculpá… ¿esto es de
vos?
Y cogiendo el foulard
que se me había caído al suelo me lo entregó
-Sí, es mío…gracias,
muy amable.
-Un placer.
Me sonrío y volvió a su
mesa.
Todos me contemplaban
con un puntito de sorna y yo…pletórica. ¡Vaya sorpresa! ¡Sus huellas permanecerían para siempre conmigo!
¡Qué reacción tan infantil! Pero, siempre hay que mantener ese espíritu porque
de lo contrario la vida sería tremendamente aburrida ¿No es cierto?
Llegados los postres, empecé
a recibir regalos acompañada de los compases del consabido feliz cumpleaños que
tanto pudor me provocaba. Leonardo se
acercó y dijo que la casa quería ofrecerme un detalle y, al instante, como
salido de la nada, un hombre con su bandoneón, se plantó frente a mí, y comenzó
a interpretar mi tango favorito: “Por
una cabeza”. El sonido melancólico envolvía el local. Me hallaba tan absorta y
emocionada que no me percaté que Ricardo estaba a mi lado y con una sutileza
extrema me cogió de la mano y poniéndome en pie comenzamos a bailar al ritmo
que él imponía. Su respiración me acariciaba el cuello, su abrazo firme me
giraba en torno a su cuerpo y mientras, me susurraba quedamente la letra en el
oído. Estaba en una nube, el mundo se podía parar en ese momento que yo…
-Maribel ¿has terminado
de escribir? Es la una y hemos quedado con la familia en el restaurante a las
dos y media.
-¡Acabo enseguida!
-¡Vamos date prisa!
-Suspiré. Guardé el
documento y desconecté la radio."Por una cabeza" de Gardel sonaba en ese momento.
La realidad volvió a
mí. Cumplo cincuenta años, y hay que celebrarlo...sin Ricardo Darín..
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