domingo, 5 de junio de 2016


POR UNA CABEZA


  La nostalgia de aquel viaje me hizo elegir un restaurante argentino en Madrid para celebrar mis cincuenta cumpleaños. ¿Por qué lo hacía cuando, siempre, he considerado que la vida es una línea hacía arriba que empieza a declinar a partir de la edad que yo estaba a punto de traspasar? Porque, al menos, había trazado lo que era la mitad de mi vida, o porque soy una masoquista nata, o quizás, porque estaba obligada por los convencionalismos familiares.
Sea como fuere, allí estaba yo, rodeada de mi familia y amigos, evocando el sabor porteño que tan buenos recuerdos me traía. Me habían hablado muy bien de este local y el menú era, gastronómicamente hablando, el más fiel a mis recuerdos. Pero no sólo la comida, su ambiente te hacía viajar a la ciudad bonaerense en  cuanto entrabas en él. El sonido cálido del tango, las fotos que ofrecían imágenes del Barrio de la Boca, de la Avenida 9 de Julio, de Puerto Madero…Me retrotraía vívidamente al pasado. Puede ser que el dueño, hubiera pensado en eso cuando lo estaba decorando. Estar lejos y cerca de su país, ya que, según nos contó el camarero que nos atendía, nació y vivió en el barrio de Palermo hasta que llegó el golpe militar de 1976 y tuvo que huir antes de ser detenido. Llevaba en España desde entonces y aún no había vuelto. Muchos amigos habían desaparecido con la dictadura y ese dolor no le permitía regresar.
La historia, nos la relataba, mientras repartía la carta. Pareciera como si fuera el entrante principal de la misma. Seguidamente, Leonardo, que es así como se llamaba, nos sugería lo que podíamos comer…
De primero tenés: raviolis con turco, picada, empanada de carne y provoleta…
De segundo: Milanesa con papas fritas, choripán, empanada de carne y el plato estrella: nuestro asado con pimientos y papas a la parrilla que está rebueno…porque la carne argentina es especial. Con su dialéctica dulzona e infinita, nos convenció y el asado fue elegido por todos.
Estaba satisfecha. El ambiente era distendido y todos mis invitados parecían estar contentos con el lugar que había elegido para mi celebración. Siempre me ha preocupado la reacción de los demás ante mis decisiones y esta vez no iba a ser menos. Quería que todo saliera perfecto. Esas eran mis divagaciones cuando se hizo el silencio en el restaurante. Las conversaciones cesaron y sólo se escuchaba a Carlos Gardel evocando la vuelta a su tierra. Giré la cabeza hacía donde se dirigían las miradas de los comensales y allí estaba: Ricardo Darín. ¡No me lo podía creer! Iba acompañado de Javier Cámara, Luis Tosar y Eduard Fernández.  ¡Mis cuatro actores favoritos! Les situaron en una mesa que estaba a mi izquierda. Podía contemplarles sin tener que ser maleducada. Debe ser muy embarazoso sentirse observado. Yo nunca me acostumbraría a la popularidad. Tu vida en una permanente exposición.
Después del shock inicial hice esfuerzos por olvidar la presencia de esos hombres y volví a centrarme en mi papel de anfitriona. Lo estaba consiguiendo cuando sentí una mirada sobre mí. Una fuerza cuya atracción hizo que me moviera como un resorte hacía ella. Sus ojos grises y achinados me escrutaban  traviesos y con un punto de ironía. Mi corazón palpitaba con fuerza, y más, cuando se levantó y vino hacía mí
-Perdón, ¡buenas tardes!
-¡Buenas tardes!
-Disculpá… ¿esto es de vos?
Y cogiendo el foulard que se me había caído al suelo me lo entregó
-Sí, es mío…gracias, muy amable.
-Un placer.
Me sonrío y volvió a su mesa.
Todos me contemplaban con un puntito de sorna y yo…pletórica. ¡Vaya sorpresa!  ¡Sus huellas permanecerían para siempre conmigo! ¡Qué reacción tan infantil! Pero, siempre hay que mantener ese espíritu porque de lo contrario la vida sería tremendamente aburrida ¿No es cierto?
Llegados los postres, empecé a recibir regalos acompañada de los compases del consabido feliz cumpleaños que tanto pudor me provocaba.  Leonardo se acercó y dijo que la casa quería ofrecerme un detalle y, al instante, como salido de la nada, un hombre con su bandoneón, se plantó frente a mí, y comenzó  a interpretar mi tango favorito: “Por una cabeza”. El sonido melancólico envolvía el local. Me hallaba tan absorta y emocionada que no me percaté que Ricardo estaba a mi lado y con una sutileza extrema me cogió de la mano y poniéndome en pie comenzamos a bailar al ritmo que él imponía. Su respiración me acariciaba el cuello, su abrazo firme me giraba en torno a su cuerpo y mientras, me susurraba quedamente la letra en el oído. Estaba en una nube, el mundo se podía parar en ese momento que yo…
-Maribel ¿has terminado de escribir? Es la una y hemos quedado con la familia en el restaurante a las dos y media.
-¡Acabo enseguida!
-¡Vamos date prisa!
-Suspiré. Guardé el documento y desconecté la radio."Por una cabeza" de Gardel  sonaba en ese momento.
La realidad volvió a mí. Cumplo cincuenta años, y hay que celebrarlo...sin Ricardo Darín..

                                                                                    

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