CONFUSION
La pataleta del niño estaba intrigando a todo el vagón. Era
un llanto histérico que penetraba en nuestros oídos agitando el corazón. Una
composición triste de lágrimas. Mirábamos al señor que le tenía en brazos, que
parecía no darse cuenta, incomprensiblemente, de ese lamento irritante. De
repente, un hombre, notablemente alterado, se dirige hacía el niño vociferando. Cuando
está frente a él, rompe a reír. Lo coge de los brazos del caballero y lo vapulea
ante la mirada atónita de todos, mientras grita:
-¡Es un maldito muñeco! ¡Es un maldito muñeco!
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