DIFERENTES CARAS DE
UNA MISMA MONEDA
Las prisas de la gran ciudad no nos
dejan percibir lo que se esconde en sus calles. Caminamos sin ver. La rutina nos
lleva a nuestro destino como autómatas. De casa al trabajo, del trabajo a
casa…un día tras otro, un día tras otro…hasta que sucede algo que nos obliga a
detenernos para fijar la vista en un hueco que antes no existía. Incluso,
hacemos el amago de retroceder para corroborar que el entorno ha cambiado. No está. No le conocías, evitabas su mirada,
nunca te acercaste a él y ahora no está. Formaba parte del paisaje. Ha
desaparecido. Es, en ese momento, cuando nos preguntamos ¿qué habrá sido de él?
SMAILI
Ahí está, haga frío o calor, de
lunes a sábado de nueve de la mañana a siete de la tarde. Ahí está, en la puerta
del supermercado del barrio, con una revista que vende y que nadie compra. Ahí
está, con su sonrisa eterna, buscando entre los que pasan a alguien que se la
devuelva. Vino desde Sierra Leona huyendo de la guerra y la pobreza. Se subió
en una patera para navegar a un mundo mejor. Se siente feliz porque lo ha
conseguido. Vive en paz. La parroquia les ha conseguido a él y otros cuatro
compañeros una casa. Con las monedas que recauda al día sobrevive. No necesita
más. El miedo que le perseguía se ha esfumado y se siente uno más. Sólo le he
visto llorar dos veces. La primera, al morir su padre. Me lo relataba con la
nostalgia que da la desesperanza. No se pudo despedir de él. La segunda, fue en
Navidad cuando se acercó a mí y me regaló una felicitación. Con una letra
infantil e irregular me decía “para mi mama, feliz año nuevo “. Me
emocionó y le abracé dándole dos besos.
No se lo esperaba y sollozaba como un niño, mientras me daba las gracias
reiteradamente como una letanía.
Hoy, le he visto de lejos, ha levantado
el brazo a modo de saludo y su eterna sonrisa me ha dado los buenos días. Su
nombre es Smailí.
EL POETA
En la puerta de la Casa del Libro
de la Gran Vía de Madrid, un hombre permanece sentado en el suelo. Junto a él,
un cartel que anuncia la venta de sus poesías a cambio de una moneda. Nunca
levanta la cabeza, permanece absorto escribiendo sentimientos en su
cuaderno. Apoya su espalda en la pared
de una gran librería mientras sus creaciones mueren en la acera. Algunos, con
desgana, echan una moneda pero desprecian los que él les da a cambio: su obra.
Los poemas se acumulan. Palabras tristes de un hombre pobre. Palabras que piden
auxilio vestidas de sonetos. Cuando llega la noche, las recoge con delicadeza y
las salvaguarda en una carpeta. Nadie las ha querido. Se siente infeliz.
LUIS
Estaba en una encrucijada. Hacía
tiempo que no nos veíamos y llamar a mi amiga para eso…quizás se lo tomaba a
mal pero…estaba segura que era Luis, su hermano. Estaba agazapado en un rincón
de la calle Pelayo. A sus pies, un sombrero raído implorando una limosna. Me
llamó la atención que tuviera entre las manos un libro de Tolstoi y no un
cartón de vino. Tendemos a prejuzgar a los que viven en la calle. Los
consideramos borrachos, vagos o
inadaptados y miramos a otro lado. Su
rostro me era conocido aunque llevaba una barba espesa y eso me desorientó un
poco. Me acerqué y le pregunté:
-¿Eres Luis? Soy Asun, la amiga
de tu hermana, ¿te acuerdas de mí?
De repente, sus ojos azules me
examinaron asustados. Recogió rápidamente sus cosas y salió corriendo. Era él.
Seguro. Hubo un tiempo en el que me enamoró aquella mirada que hoy se mostraba
aterrada. Era tan guapo, tan inteligente, tan simpático. ¿Cómo había llegado a
esta situación?
Después de darle muchas vueltas
llamé a Puri, ¿y si le estaban buscando? Por lo menos, les podría dar una pista
de donde se encontraba.
-¿Sí, dígame?
-¡Hola Puri!
- ¡Asún! ¡Qué sorpresa! Cuánto me
alegra escucharte. ¿Qué tal todo?
-Bien ¿y tú?
-Como siempre, ya sabes, liada
con los niños, con el trabajo… ¡No me lo puedo creer! ¿Cuánto tiempo llevábamos
sin hablar? ¿Dos años? Porque sin vernos, muchos más… ¡Vaya dos!
- Sí, la verdad es que no lo
entiendo.
Hubo un silencio incómodo.
- ¿Pasa algo? El que no nos
veamos no quiere decir que no te conozca
-Llevas razón…he estado dudando
pero me he decidido a preguntarte algo. ¿Qué tal Luis?
Noté que cambió el tono
-¿Por qué me lo preguntas?
-Te va a parecer una estupidez
pero él otro día me pareció verle en la calle. Parecía un sin techo. Cuando me
acerqué a él y le saludé huyó despavorido. Me surgió la duda. Me preocupé.
Sabes que era mi debilidad.
-Sí, puede que fuera mi hermano.
Está enfermo. ¿Te acuerdas que se metió en política? Bueno, pues, estaba muy
comprometido, se sentía feliz. Todo su mundo era el partido, tenía una gran ilusión por llevar a cabo cosas nuevas. Y, de pronto, una mañana se levantó muy alterado. Gritaba,
nos decía que había micrófonos por la casa, que nos espiaban. Se metió en su
habitación durante dos días. Lloraba, suplicaba. Llamamos al médico y, después de muchos
esfuerzos, le convencimos para que saliera. Estuvo ingresado en una clínica de
salud mental. En un principio, estábamos convencidos que ese episodio era
producto de la tensión a la que estaba sometido pero, desgraciadamente, no fue
así. Se niega a tomar la medicación que le prescribieron por lo que los brotes
psicóticos aparecen continuamente. Dice que le van a matar y su obsesión es
esconderse. Por eso, vagabundea por la ciudad. Y lo más triste es que no le
hace falta. Tiene su casa, dinero, pero piensa que de esa forma nadie le va a
reconocer y que su vida está a salvo.
Hace meses que no sabemos de él. No quiere vernos porque dice que nos pone en
peligro. Supongo que ni te conoció. Salió corriendo porque creyó que lo habían
encontrado. Imagínate como lo estamos
viviendo. Tememos que algún día le pase algo de verdad. ¿Por dónde le viste?
-Por la calle Pelayo., cerca de la Sociedad General de
Autores.
-No sé porque te lo pregunto.
Quizás no vuelva por allí. Es muy
triste, Asun, muy triste. Se niega a recibir ayuda. Imagínate nuestra
desesperación.
Estuvimos hablando mucho tiempo.
Lloramos. Le buscamos juntas pero no nunca le encontramos. Hasta hoy. Puri me
ha despertado con la noticia de la muerte de Luis. Una paliza de unos gamberros
se lo ha llevado para siempre. La tristeza me ha evocado su sonrisa de
adolescente cuando el temor no le perseguía.
¿Cuántos hombres y mujeres se
esconden tras un disfraz para ahuyentar
sus miedos, sus locuras, sus tormentos? Las monedas son el trueque que emplean
como caída al vacío. Un vacío del que ninguno saldrá indemne.
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