jueves, 2 de junio de 2016


LA LECTURA DEL TESTAMENTO

  Teruel también existe…y en verdad, es así. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a conocer esta ciudad por la apertura de un testamento? Pues así es. En menos de una hora, leerán las últimas voluntades de quién fue mi suegro durante cinco años y del que no que no he tenido noticias hasta que hace tres meses me notificaron su fallecimiento. No me produjo ninguna tristeza. Hacia una década que no tenía contacto con él y, si soy sincera, cuando todavía formaba parte de la familia, nuestra relación era un tanto fría. Nunca me terminó de gustar. Había algo en él que me echaba para atrás.  Aún hoy le recuerdo hierático, ofensivo, irónico, fanfarrón y siempre mirando por encima del hombro a los demás, incluso a su familia. Siempre he tenido la sensación que ocultaba algo. Me parecía un impostor. Cuando me separé de su hijo se comportó conmigo como un verdadero canalla, aunque no sé de qué me extraña: de tal palo tal astilla. Mi ex marido es clavadito a su padre.  Y yo, teniendo en cuenta esto, aún me pregunto ¿qué narices estoy haciendo aquí?...
La semana pasada recibí una llamada de Pedro, mi ex,  que me cogió de sorpresa:
- ¿Sí, dígame?
- ¡Hola Ruth!, ¿cómo estás?
- Bien –dije fríamente- ¿qué sucede?
- Nada, nada…sólo quería saber cómo te iba
- ¿Cómo me iba a mí?  Mira Pedro, no me engañes. Tú quieres algo. Recuerda que viví muchos años contigo. Te conozco. Llevo sin saber de ti mucho tiempo y ahora me llamas para saber cómo me va.
- ¿Sabes que murió mi padre?
-Sí, me lo dijeron. De hecho, te deje un mensaje en el contestador dándote mis condolencias.  
-Lo escuché. Me reconfortó. Gracias.
- ¿Y?
- He recibido una carta de una notaría de Teruel para la apertura del testamento de mi padre.
-¿Y?
-¿Por qué en Teruel? Mi padre vivía en Madrid.
- No tengo ni idea. Quizás le saldría más barato. Tu padre miraba mucho esas cosas. De todos modos, ¿por qué me cuentas eso?
- No puedo ir. El día elegido estoy en Buenos Aires.
- Supongo que eso no es problema. ¡Qué más da que no estés presente!
- No, no da igual. Por lo visto, puso una condición…todos sus herederos teníamos que estar presentes en la lectura de su legado. No sé si recuerdas, bueno, puede que no…el caso es que hace años  hice un poder notarial para que tú me representaras en casos de este tipo.
-No entiendo.
-Tú irás por mí a Teruel.
-¿Qué yo iré por ti? ¿Pero qué te has creído? ¿Quién eres tú para darme órdenes? No, no iré. Cancela tu viaje y si no puedes, me da igual. Yo no tengo nada que perder.
- Pero nuestra hija sí
- ¿Cómo eres tan cabrón de decir eso? Ni tú, ni tu familia os habéis preocupado de ella. ¿Cuánto hace que no vienes a verla?
- La llevo en mi corazón. Da lo mismo que vaya o no.
- ¡Cállate! Eres un impresentable.
- ¡Ruth! Tienes que ir…te prometo que lo que reciba lo invertiré para que a la niña no le falte nunca de nada.
- Tus promesas no valen nada.
-Esta vez valen una herencia. Por favor…

Y aquí estoy, enfadada conmigo misma por haber cedido, de nuevo, ante ese hombre. Puede que esta vez cumpla con lo que me ha dicho y mi hija se beneficie de la posición de su familia paterna. En fin, faltan diez minutos para la hora en la que hemos sido citados. Prefiero estar antes, no me gustaría ser la última en llegar y sentirme observada por todos.
Estoy un poco nerviosa. ¡Seré tonta! Es una situación nueva para mí y además, tendré que ver a mi suegra. Ya estoy aquí.  Llamó a la puerta, me abre un chico joven con una sonrisa protocolaria...
-¡Buenos días! Vengo a la lectura de un testamento…
-¿Usted es?
- Ruth Barrio Soldevilla
-Sí, por favor, pase, pase. Tendrá que esperar un poco. Estamos con las últimas redacciones y...  ¡a  propósito, ¿me podría dejar su documento de identidad?, necesitamos hacer una fotocopia.
- Sí, por supuesto.
- Ahora se lo devolvemos, mientras, por favor, espere en la sala que hay al fondo, a la derecha.

El pasillo es largo. Las paredes están decoradas con pinturas  que, curiosamente,  hacen referencia a la ciudad turolense. Me entretengo mirándolas. Reconozco algunos sitios por los que he paseado antes de venir. Quizás las haya pintado el notario… ¡quién sabe! ¡Ruth! ¡Qué pensamientos más absurdos tienes! Avanzo y comienzo a escuchar murmullos. Intuyo que no he sido la primera en llegar. Abro la puerta de forma sigilosa y confirmo mi intuición. La sala está prácticamente llena. La que era mi suegra está sentada en un rincón, cabizbaja y moviendo de manera compulsiva su anillo de diamantes. Cuando levanta la cabeza, me mira y forzando una sonrisa dice:
-¡Hola Ruth! ¿Qué tal te va? ¡Estás muy guapa!
- Me va bien, y ¿usted?  ¿Cómo se encuentra?
-Te puedes imaginar…muy triste.  ¿Y mi nieta? Los últimos años, hemos estado un poco ausentes, pero que conste que nos hemos acordado de ella.
-La niña está bien.
Mientras contestaba tuve que contar hasta diez. Nunca la quisieron. Siempre se avergonzaron de ella. Cuando supieron que tenía Síndrome de Down huyeron como de la peste.
- Pero siéntate, no te quedes ahí de pie. Supongo que este dichoso trámite nos va a llevar su tiempo.
La hice caso y tomé posición enfrente de ella.  Recorrí con la mirada a los personajes que me miraban de soslayo. Sólo reconocí a la sirvienta que llevaba toda la vida trabajando para la casa. Asintió de forma ceremoniosa y yo la correspondí de la misma manera. Nunca tuve confianza con ella. Siempre mantuve las distancias. Observé a los demás: dos hombres y una mujer. Me pregunté quiénes serían y que relación tendrían con mi suegro.  Hojeaban revistas con parsimonia mientras escondían sus pensamientos. Me sobresalté cuando se abrió la puerta de la sala: ahí estaba la tía acompañada por el párroco de la familia. Los ojos de mi suegra comenzaron a echar chispas. Nunca se llevaron bien las cuñadas. Sin embargo, siempre han sabido disimular muy bien. ¡Míralas! dándose un beso en la mejilla como si tal cosa.
- Pero ¡Ruth! ¡Cuánto tiempo!
-Sí, mucho.
-Espero que la niña esté bien.
Ya está, saludada quedo. Ni se acerca. Se sienta altanera en el sofá mientras el párroco mira por la ventana que ilumina la sala.
-¡Qué frío hace en esta ciudad! Mi hermano siempre tan excéntrico. ¿Por qué nos ha hecho venir hasta aquí? , ¿Tú lo sabías?, pregunta en tono acusador a mi suegra.
- No. Sabes que él no me contaba nada.
- Si tú lo dices…Este viaje me va a provocar una pulmonía.
Se hace un silencio tenso en el que todos queremos hacernos invisibles. ¡Qué situación más incómoda! Espero que acabe pronto. Mis deseos se hacen realidad cuando se vuelve a abrir la puerta y el chico joven que me atendió  en la entrada nos dice:
- Por favor, señores, el señor notario les está esperando.
 Todos nos ponemos en pie y le seguimos. El momento de la lectura ha llegado.






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