LA LECTURA DEL TESTAMENTO
Teruel también existe…y en
verdad, es así. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a conocer esta ciudad por la
apertura de un testamento? Pues así es. En menos de una hora, leerán las
últimas voluntades de quién fue mi suegro durante cinco años y del que no que
no he tenido noticias hasta que hace tres meses me notificaron su
fallecimiento. No me produjo ninguna tristeza. Hacia una década que no tenía
contacto con él y, si soy sincera, cuando todavía formaba parte de la familia,
nuestra relación era un tanto fría. Nunca me terminó de gustar. Había algo en
él que me echaba para atrás. Aún hoy le
recuerdo hierático, ofensivo, irónico, fanfarrón y siempre mirando por encima
del hombro a los demás, incluso a su familia. Siempre he tenido la sensación
que ocultaba algo. Me parecía un impostor. Cuando me separé de su hijo se
comportó conmigo como un verdadero canalla, aunque no sé de qué me extraña: de
tal palo tal astilla. Mi ex marido es clavadito a su padre. Y yo, teniendo en cuenta esto, aún me
pregunto ¿qué narices estoy haciendo aquí?...
La semana pasada recibí una
llamada de Pedro, mi ex, que me cogió de
sorpresa:
- ¿Sí, dígame?
- ¡Hola Ruth!, ¿cómo estás?
- Bien –dije fríamente- ¿qué
sucede?
- Nada, nada…sólo quería
saber cómo te iba
- ¿Cómo me iba a mí? Mira Pedro, no me engañes. Tú quieres algo.
Recuerda que viví muchos años contigo. Te conozco. Llevo sin saber de ti mucho
tiempo y ahora me llamas para saber cómo me va.
- ¿Sabes que murió mi padre?
-Sí, me lo dijeron. De
hecho, te deje un mensaje en el contestador dándote mis condolencias.
-Lo escuché. Me reconfortó.
Gracias.
- ¿Y?
- He recibido una carta de
una notaría de Teruel para la apertura del testamento de mi padre.
-¿Y?
-¿Por qué en Teruel? Mi
padre vivía en Madrid.
- No tengo ni idea. Quizás
le saldría más barato. Tu padre miraba mucho esas cosas. De todos modos, ¿por
qué me cuentas eso?
- No puedo ir. El día
elegido estoy en Buenos Aires.
- Supongo que eso no es
problema. ¡Qué más da que no estés presente!
- No, no da igual. Por lo
visto, puso una condición…todos sus herederos teníamos que estar presentes en
la lectura de su legado. No sé si recuerdas, bueno, puede que no…el caso es que
hace años hice un poder notarial para
que tú me representaras en casos de este tipo.
-No entiendo.
-Tú irás por mí a Teruel.
-¿Qué yo iré por ti? ¿Pero
qué te has creído? ¿Quién eres tú para darme órdenes? No, no iré. Cancela tu
viaje y si no puedes, me da igual. Yo no tengo nada que perder.
- Pero nuestra hija sí
- ¿Cómo eres tan cabrón de
decir eso? Ni tú, ni tu familia os habéis preocupado de ella. ¿Cuánto hace que
no vienes a verla?
- La llevo en mi corazón. Da
lo mismo que vaya o no.
- ¡Cállate! Eres un
impresentable.
- ¡Ruth! Tienes que ir…te
prometo que lo que reciba lo invertiré para que a la niña no le falte nunca de nada.
- Tus promesas no valen
nada.
-Esta vez valen una
herencia. Por favor…
Y aquí estoy, enfadada
conmigo misma por haber cedido, de nuevo, ante ese hombre. Puede que esta vez
cumpla con lo que me ha dicho y mi hija se beneficie de la posición de su
familia paterna. En fin, faltan diez minutos para la hora en la que hemos sido
citados. Prefiero estar antes, no me gustaría ser la última en llegar y
sentirme observada por todos.
Estoy un poco nerviosa.
¡Seré tonta! Es una situación nueva para mí y además, tendré que ver a mi
suegra. Ya estoy aquí. Llamó a la puerta,
me abre un chico joven con una sonrisa protocolaria...
-¡Buenos días! Vengo a la
lectura de un testamento…
-¿Usted es?
- Ruth Barrio Soldevilla
-Sí, por favor, pase, pase.
Tendrá que esperar un poco. Estamos con las últimas redacciones y... ¡a
propósito, ¿me podría dejar su documento de identidad?, necesitamos
hacer una fotocopia.
- Sí, por supuesto.
- Ahora se lo devolvemos,
mientras, por favor, espere en la sala que hay al fondo, a la derecha.
El pasillo es largo. Las
paredes están decoradas con pinturas
que, curiosamente, hacen
referencia a la ciudad turolense. Me entretengo mirándolas. Reconozco algunos
sitios por los que he paseado antes de venir. Quizás las haya pintado el
notario… ¡quién sabe! ¡Ruth! ¡Qué pensamientos más absurdos tienes! Avanzo y
comienzo a escuchar murmullos. Intuyo que no he sido la primera en llegar. Abro
la puerta de forma sigilosa y confirmo mi intuición. La sala está prácticamente
llena. La que era mi suegra está sentada en un rincón, cabizbaja y moviendo de manera compulsiva su anillo de diamantes. Cuando levanta la cabeza, me mira y
forzando una sonrisa dice:
-¡Hola Ruth! ¿Qué tal te va?
¡Estás muy guapa!
- Me va bien, y ¿usted? ¿Cómo se encuentra?
-Te puedes imaginar…muy
triste. ¿Y mi nieta? Los últimos años,
hemos estado un poco ausentes, pero que conste que nos hemos acordado de ella.
-La niña está bien.
Mientras contestaba tuve que
contar hasta diez. Nunca la quisieron. Siempre se avergonzaron de ella. Cuando
supieron que tenía Síndrome de Down huyeron como de la peste.
- Pero siéntate, no te
quedes ahí de pie. Supongo que este dichoso trámite nos va a llevar su tiempo.
La hice caso y tomé posición
enfrente de ella. Recorrí con la mirada a
los personajes que me miraban de soslayo. Sólo reconocí a la sirvienta que
llevaba toda la vida trabajando para la casa. Asintió de forma ceremoniosa y yo la
correspondí de la misma manera. Nunca tuve confianza con ella. Siempre mantuve las distancias. Observé a los demás: dos hombres y una mujer. Me pregunté
quiénes serían y que relación tendrían con mi suegro. Hojeaban revistas con parsimonia mientras
escondían sus pensamientos. Me sobresalté cuando se abrió la puerta de la sala:
ahí estaba la tía acompañada por el párroco de la familia. Los ojos de mi
suegra comenzaron a echar chispas. Nunca se llevaron bien las cuñadas. Sin
embargo, siempre han sabido disimular muy bien. ¡Míralas! dándose un beso en la mejilla como si tal cosa.
- Pero ¡Ruth! ¡Cuánto tiempo!
-Sí, mucho.
-Espero que la niña esté
bien.
Ya está, saludada quedo. Ni
se acerca. Se sienta altanera en el sofá mientras el párroco mira por la
ventana que ilumina la sala.
-¡Qué frío hace en esta
ciudad! Mi hermano siempre tan excéntrico. ¿Por qué nos ha hecho venir hasta
aquí? , ¿Tú lo sabías?, pregunta en tono acusador a mi suegra.
- No. Sabes que él no me
contaba nada.
- Si tú lo dices…Este viaje
me va a provocar una pulmonía.
Se hace un silencio tenso en
el que todos queremos hacernos invisibles. ¡Qué situación más incómoda! Espero
que acabe pronto. Mis deseos se hacen realidad cuando se vuelve a abrir la
puerta y el chico joven que me atendió en la entrada nos dice:
- Por favor, señores, el
señor notario les está esperando.
Todos nos ponemos en pie y le seguimos. El
momento de la lectura ha llegado.
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