UNA BODA DE MUERTE
Hoy me caso y mañana moriré.
Es el deseo de la que será mi esposa y futura viuda.
¿Y cómo se producirá el
óbito?: con veneno. Después de nuestra noche de bodas, al amanecer, ella me
preparará un café con churros aderezado con un arsénico de gran calidad. Tras
un pequeño dolor, que soportaré estoicamente, caeré fulminado al instante.
Estamos entusiasmados con la
idea, sobre todo yo, porque sé que a ella le hace mucha ilusión. Siempre me ha
dicho:
- Romeo… ¡cómo me gustaría
ser viuda negra! ¡Es un deseo que tengo desde niña!
Y mientras expresa con
emoción este sueño infantil, se le inundan los ojos de lágrimas…
¡Qué quieren que les diga!
No puedo negar nada a mi Julieta.
Todo lo tenemos muy bien
pensado. Llevamos organizando las dos ceremonias desde hace poco más de treinta
años; prácticamente desde que nos conocimos. Aún recuerdo aquel momento…Eran
días en los que dejábamos pasar el tiempo en la residencia de la tercera edad
donde, nuestros hijos, nos depositaron una Nochebuena. Éramos un regalo para
ellos y por eso, como si de cualquier Papá Noel se tratara, nos colocaron
debajo de un árbol cercano al que hoy es nuestro hogar. La mañana de Navidad
los auxiliares geriátricos salieron nerviosos y expectantes como niños. ¡Qué
felicidad mostraban sus caras!. Nos desenvolvieron con impetuosidad y jugaron
con nosotros hasta quedar exhaustos. Luego, nos dejaron en las habitaciones y
hasta hoy. Todos los años, reciben el mismo regalo: unos viejitos con quienes
divertirse. Sinceramente, es una costumbre realmente entrañable.
¿Por dónde iba? ¡Ahh sí! Les
contaba cómo nos conocimos. Ciertamente, fue un flechazo literal. Yo estaba
jugando al tiro con arco en el jardín cuando el parkinson me causó una mala
pasada; al disparar la flecha, ésta se desvió y fue directamente al corazón de
Julieta. Sufrió un síncope superlativo que la mantuvo en coma durante catorce
años. Al despertar, su única pretensión
era identificar al causante de su incidencia coronaria y cuando entré en su
habitación, nos miramos a los ojos y acordamos ser novios.
Siempre hemos mantenido una
relación seria y formal. No han proliferado los besos ni los abrazos porque
ambos consideramos que ya habría tiempo para melosidades en nuestra noche de
bodas. Además, ella ambiciona ir virgen al matrimonio porque quiere que su
vestido sea blanco virtuoso. Sus nueve hijos no comprenden que sea tan decente
pero es que treinta años sin relaciones maritales dan el título de virginidad
honorífica. Y, evidentemente, lo hemos conseguido porque dentro de dos horas,
en la sala de baile, entrará blanca y radiante al compás de la música de
Paquito el Chocolatero y yo…yo la miraré embelesado.
Mañana…mañana será
diferente. Volverá a entrar en esa misma sala, de luto riguroso mientras suena
la música de "Living la vida loca" y yo…yo estaré instalado en mi ataúd de abedul
con el semblante que la circunstancia prescribe.
En fin. Me miro al espejo y
la imagen me devuelve a un hombre guapo. Acabo de ponerme el traje para el rito
nupcial. El que llevaré como mortaja está colgado de una percha. No quiero que
se arrugue. Después de darle muchas vueltas, he decidido ponérmelo antes de
tomarme el veneno porque quiero estar preparado cuando me llegue la muerte.
Resultaría muy desagradable que me vistieran personas extrañas mientras luchan
con mi rigor mortis. La clase y el estilo nunca se pueden perder.
Ufff! Ya queda menos…los nervios ya están haciendo
mella en mí. Después de ciento treinta años de vida, el morir me impone pero
casarme….mucho, mucho, más. Este miedo es incongruente porque somos una pareja
muy bien combinada. Hasta los nombres quedan bien: Julieta y Romeo. Pero eso
sí, nosotros no estamos enamorados, eso se lo dejamos a los viejos. Lo nuestro
es sólo atracción sexual y el pasodoble. Cuando bailamos, en medio de la pista,
las chispas de cupido tocan la guitarra.
¿Quieren comprobarlo? Están
todos invitados a las dos ceremonias. El único requisito que se precisa es
llevar un bolsillo lleno de arroz, para la boda, y un brazalete negro para el
funeral.
Para terminar les voy a
hacer una confidencia: ¿saben cuál va a ser mi última voluntad?; dejar encinta
de gemelos a Julieta. Rocambolesco, mi apellido y el de mis antepasados, no se
perderá.
Ya está todo dicho por lo
que ya pueden gritar:
-¡Vivan los novios hasta que
la muerte los separe!
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