domingo, 5 de junio de 2016


UNA BODA DE MUERTE

   Hoy me caso y mañana moriré. Es el deseo de la que será mi esposa y futura viuda.
¿Y cómo se producirá el óbito?: con veneno. Después de nuestra noche de bodas, al amanecer, ella me preparará un café con churros aderezado con un arsénico de gran calidad. Tras un pequeño dolor, que soportaré estoicamente, caeré fulminado al instante.
Estamos entusiasmados con la idea, sobre todo yo, porque sé que a ella le hace mucha ilusión. Siempre me ha dicho:
- Romeo… ¡cómo me gustaría ser viuda negra! ¡Es un deseo que tengo desde niña!
Y mientras expresa con emoción este sueño infantil, se le inundan los ojos de lágrimas…
¡Qué quieren que les diga! No puedo negar nada a mi Julieta.
Todo lo tenemos muy bien pensado. Llevamos organizando las dos ceremonias desde hace poco más de treinta años; prácticamente desde que nos conocimos. Aún recuerdo aquel momento…Eran días en los que dejábamos pasar el tiempo en la residencia de la tercera edad donde, nuestros hijos, nos depositaron una Nochebuena. Éramos un regalo para ellos y por eso, como si de cualquier Papá Noel se tratara, nos colocaron debajo de un árbol cercano al que hoy es nuestro hogar. La mañana de Navidad los auxiliares geriátricos salieron nerviosos y expectantes como niños. ¡Qué felicidad mostraban sus caras!. Nos desenvolvieron con impetuosidad y jugaron con nosotros hasta quedar exhaustos. Luego, nos dejaron en las habitaciones y hasta hoy. Todos los años, reciben el mismo regalo: unos viejitos con quienes divertirse. Sinceramente, es una costumbre realmente entrañable.
¿Por dónde iba? ¡Ahh sí! Les contaba cómo nos conocimos. Ciertamente, fue un flechazo literal. Yo estaba jugando al tiro con arco en el jardín cuando el parkinson me causó una mala pasada; al disparar la flecha, ésta se desvió y fue directamente al corazón de Julieta. Sufrió un síncope superlativo que la mantuvo en coma durante catorce años.  Al despertar, su única pretensión era identificar al causante de su incidencia coronaria y cuando entré en su habitación, nos miramos a los ojos y acordamos ser novios.
Siempre hemos mantenido una relación seria y formal. No han proliferado los besos ni los abrazos porque ambos consideramos que ya habría tiempo para melosidades en nuestra noche de bodas. Además, ella ambiciona ir virgen al matrimonio porque quiere que su vestido sea blanco virtuoso. Sus nueve hijos no comprenden que sea tan decente pero es que treinta años sin relaciones maritales dan el título de virginidad honorífica. Y, evidentemente, lo hemos conseguido porque dentro de dos horas, en la sala de baile, entrará blanca y radiante al compás de la música de Paquito el Chocolatero y yo…yo la miraré embelesado.
Mañana…mañana será diferente. Volverá a entrar en esa misma sala, de luto riguroso mientras suena la música de "Living la vida loca" y yo…yo estaré instalado en mi ataúd de abedul con el semblante que la circunstancia prescribe.
En fin. Me miro al espejo y la imagen me devuelve a un hombre guapo. Acabo de ponerme el traje para el rito nupcial. El que llevaré como mortaja está colgado de una percha. No quiero que se arrugue. Después de darle muchas vueltas, he decidido ponérmelo antes de tomarme el veneno porque quiero estar preparado cuando me llegue la muerte. Resultaría muy desagradable que me vistieran personas extrañas mientras luchan con mi rigor mortis. La clase y el estilo nunca se pueden perder.
Ufff!  Ya queda menos…los nervios ya están haciendo mella en mí. Después de ciento treinta años de vida, el morir me impone pero casarme….mucho, mucho, más. Este miedo es incongruente porque somos una pareja muy bien combinada. Hasta los nombres quedan bien: Julieta y Romeo. Pero eso sí, nosotros no estamos enamorados, eso se lo dejamos a los viejos. Lo nuestro es sólo atracción sexual y el pasodoble. Cuando bailamos, en medio de la pista, las chispas de cupido tocan la guitarra.
¿Quieren comprobarlo? Están todos invitados a las dos ceremonias. El único requisito que se precisa es llevar un bolsillo lleno de arroz, para la boda, y un brazalete negro para el funeral.
Para terminar les voy a hacer una confidencia: ¿saben cuál va a ser mi última voluntad?; dejar encinta de gemelos a Julieta. Rocambolesco, mi apellido y el de mis antepasados, no se perderá.
Ya está todo dicho por lo que ya pueden gritar:
-¡Vivan los novios hasta que la muerte los separe!



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