martes, 7 de junio de 2016

SEGUNDO PREMIO "CONCURSO LITERARIO ADULTO 2014" CLUB IBERIA


LA MIRADA DEL RETRATO

El comisario se disponía a interrogar al último testigo: el vigilante del museo, la última persona que vió a la desaparecida.
- Buenas tardes…es usted Alejandro Zazo
-Sí señor.
- Muy bien, pues cuénteme todo lo que sepa con respecto al caso que nos ocupa.
- Poco le puede decir. Yo llevaba de responsable en la sala en la que ella desapareció dos meses. Acostumbramos a rotar cada cierto tiempo. La joven solía aparecer por allí los jueves a eso de las seis y media de la tarde. Lo sé porque los miércoles libro y eso me sirve de referencia. De la hora también estoy prácticamente seguro, porque nos queda ya poco de jornada y, además, para el público, de seis a ocho, la entrada es gratuita
-Debe ser usted muy observador para percatarse que esa chica repetía la visita todos los jueves.
- Sí, señor. Para ser vigilante de sala hay que serlo. Tenemos que estar atentos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Además, la muchacha llamaba la atención…no, no me malinterprete pero es que se quedaba como extasiada mirando un solo cuadro. La sala está llena de retratos pero ella estaba empecinada sólo con ese.
- ¿Sabría usted decirme el cuadro en cuestión?
- Pues mire sí. Me invadió la curiosidad al ver como la chiquita se quedaba allí tan quieta, por lo que un día, tras cerrar el museo me acerqué a verlo. Es un retrato de una mujer muy guapa y con una cara muy simpática. Se titula la Condesa de Vilches…Si le soy sincero, bonito, es pero, a mi modo de ver, los hay mejores…aunque claro, para gustos, los colores.
-Centrémonos en el día de los hechos. ¿Qué recuerda?
- Ese día todo fue raro desde el principio hasta el final. Era jueves y sería la hora que con anterioridad le he referido. No había mucha gente. El tiempo tampoco acompañaba. Los truenos no habían dejado de oírse durante toda la tarde. La chica entró en la sala y  se quedó, como era su costumbre, frente al cuadro. De repente, se puso a gritar como una loca. Parecía que hablara con alguien pero no había nadie en la sala. Le llamé la atención pero ella pareció no oírme. Sólo decía: “no quiero ir, ¿quién eres tú? Te he dicho que no. Yo sola podré...”El tono de voz aumentaba y yo decidí llamar por la emisora al chico de seguridad. Justo en ese momento, un rayo cayó en el museo y se fue la luz. Fueron unos segundos…pero cuando volvió a iluminarse la sala ella no estaba allí. En el suelo estaba su bolso y su abrigo. Esperé hasta la hora del cierre y como no venía a por sus pertenencias las dejé en consigna.
- Muy bien, Alejandro, eso es todo por el momento, le agradezco mucho su testimonio.
- Fíjese no le conocía pero le había cogido cariño. ¡Ya ve qué tontería! Espero que aparezca pronto y se encuentre bien.
- No se preocupe. Estamos investigando. Gracias por su colaboración.
Pero no se volvió a saber nada de Amalia Ruíz, la chica desaparecida. Un caso sin resolver. Como tantos otros.
Han pasado tres años de aquel acontecimiento. Alejandro sigue de vigilante de sala en el museo.
Un evento de gran relevancia se está celebrando. Todas las autoridades del mundo de la cultura están presentes en la exhibición del lienzo que ha llenado páginas en los periódicos. El Ministerio lo ha conseguido después de múltiples negociaciones. La fortuna ha sonreído al museo. El cuadro llegó al Prado por mediación de una famosa casa de subastas para que fuera restaurado y examinado. Tras los pertinentes estudios, el Departamento de investigación confirmó que era la obra póstuma del pintor flamenco Ferdinand Voet, “Mujer tras el espejo”.
Alejandro esperó a que medios de comunicación y personalidades se hubieran ido para ver el retrato. Entró en la sala. Estaba completamente solo. Cuando lo miró un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¡No podía ser! ¡Era ella! ¡La chica desaparecida! Tenía que hablar con la policía de inmediato, aunque, enseguida, desechó esa idea absurda. Lo iban a tomar por loco. Contempló, de nuevo,  el retrato y volvió a decirse ¡es ella! ¡sus ojos! ¡sus labios! ¡su triste expresión!. Estaba paralizado. Tenía que moverse, trabajar…cuando se disponía a salir de la sala una voz le hizo detenerse en seco:
-¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí! ¡Estoy atrapada!
Alejandro miró a todos lados pero nadie estaba con él. Corrió despavorido;  se excusó ante sus compañeros esgrimiendo que estaba indispuesto y se fue a casa confuso y atemorizado.
Al día siguiente, volvió a barajar la idea de contarle al comisario lo que había visto, pero él mismo desestimó la idea. ¡Si el lienzo tenía su origen en el siglo XVII! Se rió de sí mismo y fue a trabajar como si nada hubiera pasado pero, en el momento que se puso el uniforme, la voz reclamando auxilio volvió a asustarle y, a su vez, hipnotizarle.
 Muchos fueron las semanas, los meses, en los que su tiempo de descanso lo dedicaba a mirar extasiado aquel retrato que le suplicaba ayuda. Los compañeros estaban preocupados por él. Parecía estar enfermo. Cada vez más pálido, más ausente…
Una tarde, Alejandro, miraba desde la esquina de su posición de trabajo el retrato de la muchacha. Un hombre se acercó a él. Tenía los ojos profundamente negros, la cara poblada de una espesa barba. Era muy alto, bastante atlético y con unas manos llamativamente grandes y manchadas de pintura.
-Yo también le oigo… susurró a Alejandro
-¿Perdón? No entiendo que me dice.
- Yo también escucho sus llamadas de auxilio. Usted y yo le salvaremos. Tengo  un plan.
-Caballero estoy trabajando, no moleste.
- Sé que sufre por ella. Tanto como yo. Venga conmigo. Ahora es el momento
-Déjeme en paz. ¿quién es usted? No necesito su ayuda…
Los compañeros de Alejandro le miraron asustados. Parecía hablar solo. Gritaba, gesticulaba. Los visitantes de la sala le miraban asustados. En el mismo momento que los chicos de seguridad le iban a calmar, se fue la luz. Sólo fueron unos segundos, pero cuando la sala volvió a iluminarse no quedaba ni  rastro del vigilante de sala, únicamente, la emisora por la que se le reclamaba su presencia…
Nunca se volvió a saber nada de Alejandro Zazo, el vigilante de sala del Museo del Prado.
Han pasado tres años del aquel acontecimiento. El comisario  Justo Gutiérrez, ya jubilado, se ha apuntado a un curso de historia del arte. Hoy toca recibir las lecciones en el museo aprovechando que se ha expuesto un nuevo retrato en la Sala Velázquez. La profesora les está dando explicaciones del lienzo cuando algo llama su atención…tras la figura principal, un hombrecillo, en segundo plano, parece abrir una ventana. Se fija mejor en su cara y… ¡es el vigilante desaparecido! ...Bueno, no es él - se dice-  ¡se parece a él! Absorto, se acerca más y más al cuadro hasta que la profesora llama su atención
- Justo…Nos vamos a ver los retratos de Voet. ¡Vaya, te ha hipnotizado el cuadro de Velázquez!
 - Sí…no…bueno…;  es curioso. Justo dejó de escuchar la verborrea de la profesora. Volvió a echar una última ojeada al falso vigilante y fue entonces cuando una voz potente reclamó su atención:

- ¡Comisario! ¡Ayúdeme! ¡Sáqueme de aquí! ¡Estoy atrapado!

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