sábado, 4 de junio de 2016

CRASO ERROR

   Dijo que esta vez no fallaría y no pudo llevar a cabo su propósito. Sabía que esa decisión acabaría con su relación  pero quiso saborear, de nuevo, las mieles del éxito. Sus dislates pasaban a la historia. Si no los tuviera nadie sabría quién era. Todos le conocen, le paran por la calle, le saludan. Pasa por tonto cuando es muy listo. ¿O no? Quizás sea un estúpido que saca a la luz su memez sin cortapisas. La sociedad no quiere tipos inteligentes. Son los que ponen en peligro el sistema. Su imagen reflejada en un cristal no dice nada, pero esa misma imagen apareciendo en medios de comunicación es un altavoz a la idiotez. Su orgullo crece con un exabrupto diario. Le ríen las gracias y el payaso que hay en él sucumbe  al ego de la importancia. Se lo prometió. A ella.  A una mujer que no admite esas falsas carencias. Se enamoró de él porque era imperfecto  pero en esa imperfección no entraban los desaciertos inventados.
No lo hagas, le rogó.
Sonríe recordando cómo la conoció. Era una tarde triste del mes de Octubre. Llovía. Se refugió en un rincón de un café que encontró al azar. Quería pasar desapercibido. Leía olvidándose de todo y de todos, hasta que levantó la cabeza y ahí estaba ella, frente a él, enfrascada, también, en su lectura. Subrayaba, con un lápiz, parte del texto con meticulosidad. Al sentirse observada, alzó los ojos y le miró. Sonrió y señaló el libro mientras levantaba el suyo. La casa encendida de Luis Rosales quemaba la mano de dos desconocidos. Una extraña casualidad que les hizo, hablar, caminar, reír, llorar y, más tarde, buscarse, abrazarse, besarse y amarse.  Ella le descubrió esa tarde de otoño. Nunca le había visto, no había oído hablar de él pero cuando lo hizo  no podía relacionar a ese hombre con el fantoche que se exhibía ante los demás. Le conminaba una y otra vez a cambiar la dirección del camino que se había trazado. Al principio, cariñosamente, pero más tarde con irritabilidad. Amaba al ser anónimo. Odiaba al pelele famoso.
No lo hagas, le rogó.
Estaba en una encrucijada. Ella o él. Intimidad o exhibicionismo.  Ser desconocido o ser notorio. Oportunidad o fracaso. Una tormenta de pensamientos le acosaban. Su cuerpo caminaba y él se dejaba llevar hacía las afueras de la ciudad. Un puente majestuoso le daba la bienvenida. Bajo sus columnas medievales el agua del río bajaba con fuerza arañando las piedras con las que se topaba. Unos gritos infantiles llamaron su atención. No estaban jugando. Pedían auxilio. Uno de los niños agitaba los brazos. La corriente le empujaba como si de una canica se tratara. Tenía que salvarlo. Ella estaría orgullosa de él. Se imaginó sus palabras mientras saltaba…hazlo, por favor.
Nadaba con todas sus fuerzas, con un ímpetu desconocido en él. Empujó al niño hacía la orilla. Pero él…quiso salir, quiso salir, pero como un pájaro con el ala quebrada no pudo volar y se estrelló contra la nada. Se envolvió en el remolino de la angustia y desapareció río abajo para nunca ser encontrado.
Dijo que esta vez no fallaría y acertó

                                                                                                                                                                                             

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