SEGUNDO PREMIO "CONCURSO LITERARIO ADULTO 2014" CLUB IBERIA
LA MIRADA DEL RETRATO
El comisario se disponía a
interrogar al último testigo: el vigilante del museo, la última persona que vió a la desaparecida.
- Buenas tardes…es usted Alejandro
Zazo
-Sí señor.
- Muy bien, pues
cuénteme todo lo que sepa con respecto al caso que nos ocupa.
- Poco le puede
decir. Yo llevaba de responsable en la sala en la que ella desapareció dos
meses. Acostumbramos a rotar cada cierto tiempo. La joven solía aparecer por
allí los jueves a eso de las seis y media de la tarde. Lo sé porque los
miércoles libro y eso me sirve de referencia. De la hora también estoy
prácticamente seguro, porque nos queda ya poco de jornada y, además, para el
público, de seis a ocho, la entrada es gratuita
-Debe ser usted
muy observador para percatarse que esa chica repetía la visita todos los
jueves.
- Sí, señor.
Para ser vigilante de sala hay que serlo. Tenemos que estar atentos a todo lo
que ocurre a nuestro alrededor. Además, la muchacha llamaba la atención…no, no
me malinterprete pero es que se quedaba como extasiada mirando un solo cuadro.
La sala está llena de retratos pero ella estaba empecinada sólo con ese.
- ¿Sabría usted
decirme el cuadro en cuestión?
- Pues mire sí. Me
invadió la curiosidad al ver como la chiquita se quedaba allí tan quieta, por
lo que un día, tras cerrar el museo me acerqué a verlo. Es un retrato de una
mujer muy guapa y con una cara muy simpática. Se titula la Condesa de
Vilches…Si le soy sincero, bonito, es pero, a mi modo de ver, los hay
mejores…aunque claro, para gustos, los colores.
-Centrémonos en
el día de los hechos. ¿Qué recuerda?
- Ese día todo
fue raro desde el principio hasta el final. Era jueves y sería la hora que con
anterioridad le he referido. No había mucha gente. El tiempo tampoco
acompañaba. Los truenos no habían dejado de oírse durante toda la tarde. La
chica entró en la sala y se quedó, como
era su costumbre, frente al cuadro. De repente, se puso a gritar como una loca.
Parecía que hablara con alguien pero no había nadie en la sala. Le llamé la
atención pero ella pareció no oírme. Sólo decía: “no quiero ir, ¿quién eres tú?
Te he dicho que no. Yo sola podré...”El tono de voz aumentaba y yo decidí
llamar por la emisora al chico de seguridad. Justo en ese momento, un rayo cayó
en el museo y se fue la luz. Fueron unos segundos…pero cuando volvió a
iluminarse la sala ella no estaba allí. En el suelo estaba su bolso y su
abrigo. Esperé hasta la hora del cierre y como no venía a por sus pertenencias
las dejé en consigna.
- Muy bien,
Alejandro, eso es todo por el momento, le agradezco mucho su testimonio.
- Fíjese no le
conocía pero le había cogido cariño. ¡Ya ve qué tontería! Espero que aparezca
pronto y se encuentre bien.
- No se
preocupe. Estamos investigando. Gracias por su colaboración.
Pero no se
volvió a saber nada de Amalia Ruíz, la chica desaparecida. Un caso sin
resolver. Como tantos otros.
Han pasado tres
años de aquel acontecimiento. Alejandro sigue de vigilante de sala en el museo.
Un evento de
gran relevancia se está celebrando. Todas las autoridades del mundo de la
cultura están presentes en la exhibición del lienzo que ha llenado páginas en
los periódicos. El Ministerio lo ha conseguido después de múltiples
negociaciones. La fortuna ha sonreído al museo. El cuadro llegó al Prado por
mediación de una famosa casa de subastas para que fuera restaurado y examinado.
Tras los pertinentes estudios, el Departamento de investigación confirmó que era
la obra póstuma del pintor flamenco Ferdinand Voet, “Mujer tras el espejo”.
Alejandro esperó
a que medios de comunicación y personalidades se hubieran ido para ver el
retrato. Entró en la sala. Estaba completamente solo. Cuando lo miró un
escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¡No podía ser! ¡Era ella! ¡La chica
desaparecida! Tenía que hablar con la policía de inmediato, aunque, enseguida, desechó esa idea absurda. Lo iban a tomar por loco. Contempló, de
nuevo, el retrato y volvió a decirse ¡es
ella! ¡sus ojos! ¡sus labios! ¡su triste expresión!. Estaba paralizado. Tenía
que moverse, trabajar…cuando se disponía a salir de la sala una voz le hizo
detenerse en seco:
-¡Ayúdame!
¡Sácame de aquí! ¡Estoy atrapada!
Alejandro miró a
todos lados pero nadie estaba con él. Corrió despavorido; se excusó ante sus compañeros esgrimiendo que
estaba indispuesto y se fue a casa confuso y atemorizado.
Al día
siguiente, volvió a barajar la idea de contarle al comisario lo que había
visto, pero él mismo desestimó la idea. ¡Si el lienzo tenía su origen en el
siglo XVII! Se rió de sí mismo y fue a trabajar como si nada hubiera pasado
pero, en el momento que se puso el uniforme, la voz reclamando auxilio volvió a
asustarle y, a su vez, hipnotizarle.
Muchos fueron las semanas, los meses, en los que
su tiempo de descanso lo dedicaba a mirar extasiado aquel retrato que le
suplicaba ayuda. Los compañeros estaban preocupados por él. Parecía estar
enfermo. Cada vez más pálido, más ausente…
Una tarde,
Alejandro, miraba desde la esquina de su posición de trabajo el retrato de la
muchacha. Un hombre se acercó a él. Tenía los ojos profundamente negros, la
cara poblada de una espesa barba. Era muy alto, bastante atlético y con unas
manos llamativamente grandes y manchadas de pintura.
-Yo también le
oigo… susurró a Alejandro
-¿Perdón? No
entiendo que me dice.
- Yo también
escucho sus llamadas de auxilio. Usted y yo le salvaremos. Tengo un plan.
-Caballero estoy
trabajando, no moleste.
- Sé que sufre
por ella. Tanto como yo. Venga conmigo. Ahora es el momento
-Déjeme en paz.
¿quién es usted? No necesito su ayuda…
Los compañeros
de Alejandro le miraron asustados. Parecía hablar solo. Gritaba, gesticulaba. Los
visitantes de la sala le miraban asustados. En el mismo momento que los chicos
de seguridad le iban a calmar, se fue la luz. Sólo fueron unos segundos, pero
cuando la sala volvió a iluminarse no quedaba ni rastro del vigilante de sala, únicamente, la
emisora por la que se le reclamaba su presencia…
Nunca se volvió
a saber nada de Alejandro Zazo, el vigilante de sala del Museo del Prado.
Han pasado tres
años del aquel acontecimiento. El comisario
Justo Gutiérrez, ya jubilado, se ha apuntado a un curso de historia del
arte. Hoy toca recibir las lecciones en el museo aprovechando que se ha
expuesto un nuevo retrato en la Sala Velázquez. La profesora les está dando
explicaciones del lienzo cuando algo llama su atención…tras la figura principal,
un hombrecillo, en segundo plano, parece abrir una ventana. Se fija mejor en su
cara y… ¡es el vigilante desaparecido! ...Bueno, no es él - se dice- ¡se parece a él! Absorto, se acerca más y más
al cuadro hasta que la profesora llama su atención
- Justo…Nos
vamos a ver los retratos de Voet. ¡Vaya, te ha hipnotizado el cuadro de
Velázquez!
- Sí…no…bueno…; es curioso. Justo dejó de escuchar la
verborrea de la profesora. Volvió a echar una última ojeada al falso vigilante y
fue entonces cuando una voz potente reclamó su atención:
- ¡Comisario!
¡Ayúdeme! ¡Sáqueme de aquí! ¡Estoy atrapado!